El terror está en los otros
Ambientada en un pueblo dinamarqués en los setenta, la película de Thomas Vinterberg, uno de los sostenes del ruidoso Dogma 95 y autor de títulos como La celebración (1998), Todo por amor (2003) y más recientemente Submarino (2010), mantiene la mirada desencantada que desde siempre mostró el director danés sobre la condición humana.
Y esta vez el centro del relato, que participó de la competencia oficial del Cannes del año pasado, es el abuso infantil, una problemática que rápidamente produce rechazo –Desapareció una noche, Hijos de la calle, El hombre del bosque o Río místico son algunos títulos que abordan la cuestión desde el centro o periféricamente– pero el verdadero tema de La cacería, la obsesión del realizador, es abordar la miserabilidad de sus personajes, atrapados en convenciones, miedos, ignorancia y paranoia, un abanico de enfermedades sociales que las instituciones no hacen más que potenciar.
El film entonces presenta a Lucas (el formidable Mads Mikkelsen, villano de Casino Royale, el doctor Lecter de la serie Hannibal), un maestro de jardín de infantes que recién empieza a reponerse de un divorcio difícil y lucha para recobrar la relación con su hijo. Pero una niña, hija de un matrimonio amigo y su alumna en la guardería afirma que un día Lucas le mostró sus partes íntimas. De allí, el protagonista enfrenta la acusación, el rechazo de sus amigos y de todos sus vecinos, una pesadilla que parte de una declaración inocente que se asienta en la genuina fascinación que siente la niña por Lucas, para convertirse en una escalada asfixiante de terror y violencia de gente común sobre un hombre común, que no reacciona ni ante su propio derrumbe, como esperando que todo sea un malentendido.
Para el final, cuando todo parece encontrar una cauce si no normal, al menos soportable, Vinterberg reserva una coda terrorífica, una lectura moral que no hace más que afirmar su poética del rechazo al mundo que le toca retratar.