Explosión de psicosis colectiva
El tema que el danés Thomas Vinterberg aborda en La cacería ya había sido el motivo principal de su aclamada La celebración (1998), film con el que el realizador se hace conocido alrededor del mundo y uno de los títulos señeros de aquello que se llamó Dogma 95, una serie de postulados con los que junto a su compatriota Lars von Trier intentó volver a un cine de producción minimalista buscando recuperar algo de la pureza quela factura independiente levantaba como bandera. Se trata del abuso sobre menores, de la pedofilia, que en el caso de La celebración aparecía con una aditamento aún más estremecedor, ya que esa violencia había sido producida por un padre hacia sus hijos. Vinterberg no había vuelto sobre el tema hasta ahora; en cambio, en La cacería –título ya alejado del concepto Dogma– el danés invierte la ecuación en los términos usuales, es decir, aquí hay alguien que será injustamente acusado de semejante vileza y todo el mundo se le volverá en contra negando cualquier atisbo de aclaración que permita vislumbrar el fondo del asunto. En ese ponerse del otro lado, el eje de La cacería no es tanto el delito en cuestión sino la psicosis colectiva que suele generarse en casos de dudoso origen y que no hacen otra cosa que mostrar una sociedad intolerante, autoritaria, regida por preceptos antidemocráticos y decidida a hacer justicia por mano propia.
Con estos elementos puestos a relacionarse, Vinterberg muestra a un hombre llamado Lucas, un maestro de jardín de infantes de un bucólico pueblo de provincias en Dinamarca; en realidad su lugar de origen, pero del que partió hace un tiempo para regresar ahora con un divorcio tras sus espaldas y un hijo adolescente motivo de una tirante disputa de tenencia con su ex. Lucas tiene a sus amigos en el pueblo con los que se reúne a beber cerveza, comer y a narrar historias de caza de animales, una práctica por lo menos popular en la zona.
Estos trazos que pintan una situación que alivia algunos pesares del protagonista –en el jardín de infantes es el maestro más querido por los niños–, levantando su ánimo hasta el punto de comenzar a flirtear con una inmigrante, comenzarán a desdibujarse tan pronto como una pequeña de la escuela, ofuscada porque Lucas le observó que el piquito juguetón que la niña le dio en su boca no debía volver a suceder, esboce una fantasía, y en su inocente deseo de venganza por sentirse rechazada por su adorado maestro, la comunique a la directora del establecimiento. A partir de allí, el paraíso se vuelve tan flamígero como un infierno y los habitantes del pueblo no pueden ver a Lucas como otra cosa que un pervertido abusador.
El actor danés Mads Mikkelsen (Valhalla Rising, Casino Royale) es quien encarna a Lucas (se llevó el premio a mejor actor en Cannes 2012 por este rol), y lo hace con una conciencia enérgica, con una concentración apasionada; compone a alguien incapaz de pedir socorro y dispuesto a reclamar por su dignidad herida, y lejos de convertirse en un héroe trágico camino al sacrificio, permanece en el pueblo con el aliento contenido pese a las humillaciones y a la violencia con las que la gente descarga su vehemente ira –algo de lo que participa hasta su mejor amigo, padre de la pequeña que encendió la chispa–, concentrándose en la seguridad de su inocencia y en la posibilidad de demostrarla.
En esta instancia, La cacería adquiere ribetes de thriller; la intriga acerca de hasta donde las familias del pueblo irán cebándose con la figura del maestro se redimensiona; ya no cuenta que en un par de oportunidades la niña haya reconocido que mintió, que nada de lo que dijo había ocurrido –situación que tiene su corolario cuando un psiquiatra que entrevista a la pequeña señala que los niños víctimas de abuso tienden a negarlo–; por el contrario, cualquier ocasión será buena para que esta gente sacie su sed de castigo y Lucas se convierta en persona no grata hasta para quienes trabajan en el supermercado del pueblo. Vinterberg no cejará en su idea de esa hostilidad latente cuando sobre el final, cuando todo parece haberse aquietado, la violencia se haga evidente allí donde no se la espera.
Es de este modo que La cacería pone en escena un acertado fresco sobre la violencia social contenida, sobre todo la de aquellos sectores que presumen de ser ejemplos en un sistema hipócrita y atemorizado que dice repudiar la injusticia, pero que condena y está dispuesta a matar sin pruebas.