Hay propuestas que nos ponen contra la pared. El año es 1976 y se avecinan tempestades en la existencia de Norma Lewis (C. Díaz), maestra en una escuela privada, y su marido Arthur, ingeniero con actividad en la NASA. Matrimonio con un hijo y una vida ordenada y rutinaria, una mañana de tantas, un desconocido con el rostro desfigurado (F. Langella), golpea a su puerta con una propuesta tan irresistible como inquietante. Trae consigo una caja con un botón. Si lo presionan, obtendrán un millón de dólares, pero el precio será la vida de alguien que desconocen. Tienen apenas 24 horas para decidirse. ¿Un pacto con el Diablo? ¿Una actualización del mito de Fausto? En todo caso, un dilema moral. Es lo que plantea “Button, Button”, el relato original de Richard Matheson, adaptado con inteligencia al cine por Richard Kelly. ¿De dónde procede esa caja de aspecto inofensivo? ¿Tiene los poderes que anuncian? ¿Quién es el desconocido que la ofrece y por qué? ¿Podremos volvernos ricos con apenas un gesto? ¿Nos importará de veras lo que le ocurra a alguien que nada tiene que ver con nosotros y a quien nunca conoceremos? El film, además de ofrecer una tensa intriga, nos enfrenta a un espejo: el de esa caja que aguarda que decidamos hasta dónde estamos dispuestos a llegar para arribar a alguna forma de confort y felicidad. En la película todo parece muy normal, salvo la presencia de ese hombre llamado Arlington Steward, un tipo con modales elegantes que aguarda una respuesta. Un tema de conciencia llevado al límite. El botoncito está ahí nomás, al alcance de la mano, esperando que alguien lo oprima.