Un trabajo personal y único en su rubro
En el documental más que en la ficción existe el azar, la casualidad que debe aprovecharse, el impensado cambio de planes. Mariano Nante y su equipo de trabajo tenían la intención de filmar un documento sobre la calle Rue Bosquet en Bruselas pero entre viaje y viaje a Bélgica surgió la idea de una ficción –guión de por medio– sobre ese paisaje en donde (con)viven la adolescente Natasha Binder, Karin Lechner, Lyl Tiempo, Martha Argerich y la pequeña aprendiz Mila, de tres años, todas ellas abocadas al piano, celebradas figuras en lo suyo e integrantes de un grupo familiar (y artístico) que representa la dedicación y el amor a la música. Esa calle, por lo tanto, se convirtió en un relato cinematográfico encabezado por un clan musical y allí mismo estuvo la cámara de Nante para registrar el proceso creativo, el rigor profesional, la pasión por la música, la fusión de imágenes del pasado con el presente familiar y artístico, las palabras y los gestos que certifican el porqué La calle de los pianistas es un trabajo personal y único en su rubro. Pero Nante y la historia que se cuenta no escarba sólo en el aspecto musical, sino que también profundiza la relación madre e hija, la enseñanza certera, el consejo eficaz para que la herencia continúe y la joven Natasha represente el mandato familiar.
En efecto, no resulta conveniente en estas líneas aclarar los lazos familiares que unen a los Lachter y los Tiempo, como tampoco el rol de soporte secundario que dentro de la trama adquiere Martha Argerich, primero en el fuera de campo y luego a través de su cuerpo y voz. Es que el relato fluye de lo individual a lo grupal, del momento íntimo a la presentación a teatro lleno, del ensayo sobre la obra de Schumann hasta la performance expresada con deleite, sabiduría y conocimiento. La calle de los pianistas va más allá del género musical que profundiza con elocuencia: refleja, en todo caso, con una extrema sensibilidad y amor por la música, cómo un grupo de mujeres puede transmitir su pasión al otro, junto a sus conocimientos y profesionalidad extremos, sin caer en divismos y elitismos de clase.