El camino de la pianista
En la Rue de Bosquets en Bruselas viven en dos casas contiguas, separadas por una medianera, de un lado la familia Tiempo-Lechner, y, del otro, Martha Argerich, conocida por abrirle sus puertas a músicos de distintas edades y nacionalidades. En ese espacio literalmente lleno de música vive con su madre, Karin Lechner, la joven Natasha Binder que, con varias generaciones de pianistas y niños prodigio en su familia y una carrera musical ya comenzada, se plantea si efectivamente eso es lo que desea para toda su vida.
Luego del título vemos un cartel que nos da la información sobre quiénes viven en cada casa; esto podría llevarnos a pensar que el espacio será el protagonista del documental. Sin embargo, el film se estructura alrededor de la joven prodigio, “la última promesa de la Calle” y la relación con su madre Karin y, en menor medida, Lyl y Sergio Tiempo. Los momentos más interesantes son, entonces, aquellos que nos llevan a la intimidad de esta familia. Por eso, aunque siempre se agradece la presencia de la querible y sabia Martha Argerich, al no interactuar con los Tiempo más que escuchando a través de las paredes y siendo escuchada a través de ellas, su presencia no termina de estar demasiado integrada en la historia.
Lo que más se destaca de la construcción de esa Calle es entonces no sólo la presencia de figuras de renombre internacional, sino la omnipresencia de la música en todos los ámbitos de la vida de estas personas, retratando algunos detalles entrañables: Sergio no le dice a su hija que se ponga la media en el pie derecho, le dice “en el pie de clave de sol”.
La elección de un registro observacional ayuda también a construir la intimidad que necesita el relato, por lo que fue inteligente no utilizar entrevistas directas. En cambio, Nante deja que sea Natasha quien pregunte a sus familiares y colegas sobre sus experiencias, lo cual hace al film rico en diversidad de opiniones, a la vez que refuerza la mirada, llena de dudas, de la joven.
Si bien hay muchas escenas donde vemos a los distintos músicos de la casa ensayando, son particularmente interesantes aquellas en las que un miembro de la familia le da clases a otro. Aunque en ellas podemos presenciar momentos muy íntimos (los propios intérpretes cuentan que no les gusta que otras personas escuchen sus ensayos) hay a su vez algo tan personal que parece estar fuera de nuestro alcance, en un lugar al que no llegan ni las imágenes cinematográficas ni las palabras; probablemente, el lugar de la música.
Se destaca particularmente la clase que le da Lyl a Natasha, que no sabe cómo terminar su interpretación de las Kinderszenen, las Escenas Infantiles, de Schumann. Más allá de la belleza propia de esa suite, las metáforas o analogías que sugiere la hacen una excelente elección para ser el fragmento más trabajado por Natasha a lo largo del film. Quizás porque así como Natasha se pregunta cómo debe ser esa despedida musical, no sabe cómo ni cuándo despedirse de su lugar de niña tanto en lo profesional como en su familia. Lo importante es que, incluso viviendo en La Calle de los Pianistas, tiene la posibilidad de hacerse ésta y más preguntas, para ir haciendo su propio camino.