Después de un haber presentado notables trabajos en diversos festivales internacionales como Rotterdam o Cannes con sus cortos “Rosa” “Sucesos Intervenidos” y “María” llega el turno de la Ópera Prima de Mónica Lairana que tuvo su reciente presentación en el 33º Festival Internacional de cine de Mar del Plata: su primer largometraje, “LA CAMA”.
La película se inicia con una pareja madura intentando tener sexo, algo que ya sorprende por lo infrecuente que resulta esta temática en el cine actual, en donde parece no haber espacio para otros cuerpos y otra sexualidad que no sea la de la armonía y la perfección.
No hay nada de regodeo ni de uso del sexo explícito que ha sido la herramienta de la que se han valido otros directores para generar un golpe de impacto y un hecho más provocativo que estético. Nada más lejos de eso.
Lairana nos permite entrar en la historia con un plano fijo, prolongado, guardando cierta distancia, en donde nos convertimos en testigos y observadores de todo lo que ocurre y desde ese lugar, comenzar a entender el vínculo que sostiene esa pareja a través de los múltiples detalles que se nos van revelando en cada situación.
En las escenas iniciales flota un clima de incertidumbre: es la crónica de una mudanza?, de un adiós?, de una despedida?, de una separación?
Por sobre todo esto, es la historia de Jorge y Mabel, quienes después de treinta años de convivencia, van desmantelando la casa familiar para comenzar a transitar una nueva etapa. El clima que se respira es el de un duelo, que cada uno de los personajes abordará y atravesará a su manera, con su estilo propio, intentando encontrar su nuevo equilibrio. Mónica Lairana –de una extensa trayectoria como actriz de teatro, cine y televisión- pone el foco fundamentalmente en sus personajes.
Y asume el riesgo de contar la esta historia casi sin palabras: los diálogos son banales y escasos, porque el verdadero sentido del relato está puesto en los cuerpos de los protagonistas, en sus gestos, en sus miradas, en la manera en la que se relacionan.
Y por sobre todo, articula el relato de forma tal que la casa que están desarmando juntos, -ese hogar en donde compartieron gran parte de su vida-, se convierte en el tercer protagonista excluyente del filme.
Un exquisito y detallista diseño de arte (con una casa plagada de objetos que van cobrando sentido a medida que avanza la historia), se nutre de empapelados, adornos, recuerdos, fotos familiares, todos ellos en tonos ocres y marrones que dan un clima particular a esta deconstrucción de un vínculo en donde no parece haber desaparecido por completo el amor, pero que debe asumir su final.
La puesta es profunda, íntima, visceralmente arriesgada. Un trabajo delicadamente construido con detalles, pequeños pero fundamentales, que van creando un particular universo narrativo que es infrecuente en el cine nacional y que le ha valido a Mónica Lairana el reciente premio DAC a la Mejor Director/a Nacional de Película Argentina en el Festival de Mar del Plata.
Aun cuando presenta un tema ya visitado muchas veces por el cine, lo hace de una forma completamente diferente (en algunos momentos la osadía en la exposición de los cuerpos remite a la gran película alemana “Nunca es tarde para amar”), en la que va involucrando al espectador paulatinamente.
Lairana no solamente presenta una propuesta novedosa, donde los objetos, la luz, la respiración de esa casa marca el ritmo narrativo, sino que además se muestra con una gran solvencia en la dirección de actores, logrando notables trabajos de Sandra Sandrini (también ganadora del premio SAGAI en el Festival de Mar del Plata por su actuación) y Alejo Mango, completamente entregados a la construcción de sus personajes, literalmente en cuerpo y alma.
“LA CAMA” ha sido participante en la Selección Oficial del FORUM de la 68º Berlinale y tras su reciente paso en el Festival de Mar del Plata, llega ahora al circuito comercial y es una propuesta que se celebra tanto por su búsqueda estética y narrativa sustancialmente diferente, como por su sensibilidad y la forma en que Lairana pone su mirada femenina e intimista en el microcosmos que se nos presenta ante el fin de un amor y una honda despedida.