Días antes de desembarcar en las ciudades de Buenos Aires y La Plata, La cama obtuvo dos distinciones en el 33º Festival de Cine de Mar del Plata que terminó el sábado: el premio al mejor director argentino por parte de la asociación Directores Argentinos Cinematográficos, y el Premio Patacón Estímulo a la Mejor Actriz Argentina de la Sociedad Argentina de Gestión de Actores Intérpretes. El reconocimiento fue justo para quienes entendemos que Mónica Lairana filmó con destreza las últimas horas de convivencia de un matrimonio maduro antes de separarse definitivamente, y que Sandra Sandrini –hija del legendario Luis– encarnó a la esposa con un coraje infrecuente en el cine nacional.
Lo mismo debe decirse de Alejo Mango, cuya interpretación del marido resulta fundamental para la minuciosa representación de un duelo que por momentos parece eterno, pero que se encuentra condicionado por la proximidad de una mudanza irreversible. Lairana dirigió tan bien a sus actores que éstos les pusieron literalmente el cuerpo a las exigencias del guión.
Gracias a la entrega actoral y a la fotografía de Flavio Dragoset, la realizadora pudo explotar la elocuencia de las anatomías desnudas o apenas cubiertas de Mabel y Jorge. En este punto, La cama evoca el recuerdo de otra gran película sobre el des/amor entre adultos mayores, Nunca es tarde para amar (o Volke 9) del alemán Andreas Dresen.
Por este antecedente cinematográfico, y por el desarrollo lacónico y moroso del relato, es lícito señalar cierta influencia de la narrativa europea en la opera prima de Lairana. La hipótesis adquiere consistencia para el público atento al pequeño extracto de la novela Jean Christophe que la también guionista transcribió a modo de prefacio, quizás para situar a La cama en las antípodas de las ficciones que recrean divorcios destructivos, y de paso para suscribir a la postura pacifista del escritor francés Romain Rolland.
Algunos espectadores imaginamos que Lairana cita además a Charly García –o a Sui Generis– cuando retrata a Mabel con los ojos muy lejos y un cigarrillo en la boca, sentada entre un montón de cosas apiladas, iluminada por la eléctrica compañía que le ofrece un televisor inútil, recostada en una cama tan inmóvil. Desde esta perspectiva, la realizadora recrea a su manera qué nos sucede, qué fantasma(s) vemos, cuando empezamos a quedar solos.