Un rápido balance de los estrenos nacionales del año 2011 se lo podría resumir en la expresión: “mucho ruido y pocas nueces”.
Se conocieron 72 títulos en el circuito de exhibición comercial, sumados los distintos formatos, incluido el DVD, de los cuales ninguno llego a reunir un millón de espectadores, pudiendo estimarse que sólo una decena podría haber alcanzado a recaudar en boletería lo suficiente para cubrir su costo, en tanto los restantes fueron a pura pérdida.
La primera pregunta del cinéfilo radica en saber quién asume las pérdidas del capital invertido, y cómo cubre el productor/es aquellos créditos que le fueran otorgados para concretar el proyecto de no poder cumplir con el compromiso asumido. Nunca se tiene noticia de una empresa nacional productora, productor o productora, que haya ido a la quiebra (como en los EE. UU. le sucedió, por ejemplo, a Francis Ford Cóppola en dos oportunidades), o cuántas garantías presentadas para avalar el crédito fueron ejecutadas.
También desconcierta que el bajo interés del espectador por las producciones presentadas, con las consabidas pérdidas sufridas por los inversores, no induce a los cineastas a reflexionar respecto de las causas, y analizar los giros necesarios para volver a ganar la atención de los potenciales destinatarios.
Sea por una u otra razón, el divorcio entre cineastas y cinéfilos respecto de la cinematografía nacional es cada vez es más profundo, las relaciones más distantes, y no se vislumbra ningún cambio, al menos para el año 2012.
Propuestas interesantes suelen empujar un proyecto, pero su frustración se aprecia a todas luces por historias endebles, desarrolladas en un guión carente del análisis y la autocrítica imprescindibles por parte su autor/es en cuanto a la elaboración de la progresión narrativa, la construcción y progresión de los personajes, la claridad expositiva y la definición conceptual, a lo que se suma una realización artísticamente pobre en lo estético (más allá de algunos aportes técnicos), descuidada respecto de la selección de los planteles de intérpretes, agravado por realizadores que no dominan el arte de la dirección actores.
“La campana”, de Fredy Torres, es un claro ejemplo en cuanto de las apreciaciones formuladas.
La apretada sinopsis oficial resume que se trata de una historia de amor desencontrado ambientada en el puerto de Mar del Plata durante la guerra de las Malvinas. Pese al clima adverso un pescador sale mar adentro escapando de sus emociones y se pierde, llegando a una zona denominada "La Campana", un lugar mítico en donde el tiempo se detiene. Mientras para él solo trascurre una tarde, en la tierra pasan más de veinte años. Al regresar al puerto, descubrirá que el país ya no es el mismo y las personas habrán cambiado.
Si bien no dice mucho, la propuesta despierta curiosidad. Eso es todo lo que deja al finalizar la proyección.
La narración tiene como eje dos personajes inmersos en una sucesión de episodios, no siempre bien hilvanados, por los que circulas personajes esquemáticos en demasía, que no alcanzan a ser secundarios, pero resultan algo más que circunstanciales. Deja sin definir ni resolver notorios baches de continuidad, tanto en la historia, los personajes y sus interacciones, e insinuados conflictos, a partir de sugerencias a las que le falta una adecuada siembra de información para intentar el armado coherente de un rompecabezas que ya en su origen se presento resquebrajado.
El punto de partida y sustento de toda obra audiovisual es el guión, el cual, en este caso, es tan deficiente como lo fueron la mayoría de los concebidos para las producciones nacionales del año. Con ese punto de partida de Fredy Torres como autor, él mismo asumió la responsabilidad de realizar el film, contando con el aporte de un confiable equipo técnico, y la integración de un equilibrado plantel de intérpretes que adoleció de un guión sólido y una dirección clara y firme.