Relatos fantásticos y lobos de mar
Esta segunda película de Fredy Torres (el mismo del documental El Nüremberg argentino) sitúa sus relatos en el puerto de Mar del Plata, en un “no lugar” llamado justamente La Campana, como si fuera un relato fantástico.
El mar es cinematográfico. Y pueden hacerse muchas cosas con él cuando el cine se mete de cabeza y lo elige como protagonista. El mar es imponente, inabarcable, protector, agresivo, cálido, temible. Herman Melville, entre otros escritores, lo entendió a través de su ballena religiosa. Spielberg, en los años en que tenía algo que contar, hizo historia con su escualo.
En tanto, Hemingway relató la supervivencia de su viejo. Y así las invocaciones podrían seguir interminablemente, como ocurre con el mar, que hasta el psicoanálisis lo asocia al útero materno, al origen, el nacimiento, al llanto del bebé recién parido.
El mar es protagonista de La campana, segundo film de Fredy Torres (El Nüremberg argentino, documental) y la acción se sitúa en el puerto de Mar del Plata y en zonas aledañas, en esa geografía rústica y realista, de bares habitados por viejos lobos, de barquitos uno al lado del otro, de anclas y tatuajes, de botellas vacías en los bares y de otras botellas flotando por allá.
La campana, por un lado, no es un film turístico sino que propone un relato de leyenda, un argumento construido como una historia fantástica, donde lo “real” convive con el paso acelerado del tiempo.
Un tiempo que se suspende y detiene a la deriva en un “no” lugar llamado La Campana, como si se tratara de un relato de Bioy Casares. La historia empieza días antes de Malvinas y culmina 20 años más tarde. Una adolescente a cargo de un marinero experto, un amor a escondidas entre ambos, una prostituta, otros expertos lobos con pipa o sin pipa, los bares primitivos, los reaparecidos y desaparecidos desde y por ese lugar detenido en el tiempo al que alude el título, son algunos de los vericuetos argumentales convocados por los hacedores de la cinta.
Con semejantes materiales, sin embargo, los resultados cinematográficos superan la mera frustración. La campana tiene problemas graves de elipsis, dirección de actores, una excesiva banda de sonido, un uso de luz que sí se relame con la postal turística, una narración que anda a los tropiezos y que viniendo de un film de estas características se ahoga en más de una oportunidad. Y no hay marinero o salvavidas que la rescate. Sólo cuando el protagonista central se pierde en ese “no” lugar el film adquiere algún interés, pero solo es un puñado de minutos en una cinta breve, efímera, cortita en duración.
La campana termina encarnándose en ese lobo marino que se pelea con cuatro perros a puro ladrido.
Al mamífero pinnípedo se lo ve cansado, fatigado, rancio, como no sabiendo qué hacer con la histeria del grupo de canes hambrientos.