Entre historia de amor y metáfora política
Pocas películas nacionales de género fantástico se han relacionado con los años de plomo de nuestra ya no tan reciente historia argentina. De ellas, pocas se relacionaron con inteligencia, superando el facilismo de las caricaturas y los efectos truculentos. Mencionemos apenas «El agujero en la pared», paráfrasis del «Fausto» (David J. Kohon, pleno 1982), el corto «Ford Falcon, buen estado» (González Asturias, 1984), con un auto que revive por sí mismo las rutinas criminales de su anterior chofer, el corto romántico «Líneas de teléfonos» (Marcelo Brigante, 1997), donde un joven se comunica milagrosamente con la chica que vivió allí 20 años atrás, y «El visitante» (Javier Olivera, 1999), con un posible fantasma, o una mala conciencia, en la figura de un soldado de Malvinas.
Fredy Torres, guionista de «Líneas de teléfonos», quiere acercarse a esos niveles, y en buena parte lo consigue. Su historia empieza en el puerto de pescadores de Mar del Plata, primeros meses del 82, y, habla de silencios, negaciones, sobreentendidos, ignorancias y demoras. Pero antes que metáfora política, elige ser valorada como historia de amor. La película plantea situaciones propias de aquel momento (la intriga por los desaparecidos, la posición ante la guerra), pero ante todo plantea un asunto privado de interés amoroso: el protagonista se hace cargo de la tentadora hija adolescente de un amigo, la chica tiene sus expectativas y anhela que se cumplan, el tutor o encargado tiene un conflicto moral de difícil resolución.
Ahí talla, pero no tañe, la campana. Un lugar mítico, un cuento de pescadores, mar adentro, donde el tiempo se detiene. Quien por descuido entre allí con su barca, corre el peligro de quedarse más de lo que piensa. Puede ser una trampa, un refugio, una mentira. Guiño literario, la barca del pescador se llama «El Morel».
Película interesante, bien hecha, de elenco variado con Lito Cruz en participación especial, y equipo mayormente marplatense, lo que agrega méritos, fotografía de atractiva riqueza de Federico Gómez (y hay que apreciar el trabajo de rodaje en aguas abiertas), ambientación del maestro Aldo Guglielmone, recientemente fallecido, y una duración breve que elude el riesgo del estancamiento. Sólo cabe una objeción: ante la noticia de la guerra de Malvinas, los pescadores reaccionan como si ya supieran el resultado. La tristeza general vino después, entonces ganó la euforia.