Áspera narración tratada con genuino lenguaje fílmico
Ambientada a mitad de la Segunda Guerra Mundial, en Túnez, específicamente en 1942, narra la historia de dos amigas, Nour (Olympe Borval) y Myriam (Lizzie Brocheré), ambas de dieciséis años, que desde niñas residen en el mismo inmueble, ubicado en un barrio modesto donde judíos y musulmanes coexisten en supuesta perfecta armonía.
Pero cada una (a su manera) envidia la suerte de la otra.
En noviembre, el ejército alemán entra en Túnez. Aliados con el gobierno francés de Vichy, los nazis exigen a los judíos a pagar gravámenes descomunales. Les coartan las posibilidades de trabajo, por lo cual la madre de Myriam, queda desocupada y para poder hacer frente a sus deudas intenta, en realidad obliga, a su hija a casarse con un medico judío, rico, mucho mayor que ella, destruyendo los sueños de Myriam de casarse por amor como le sucederá a su amiga.
En esta segunda realización de la directora y actriz francesa Karin Albou (“La Pequeña Jerusalem”, 2004) usa este contexto histórico para indagar sobre temas espinosos dentro de la cultura semita, como son los contrastes ideológicos, religiosos y de educación, y le sirve asimismo para denunciar prácticas ortodoxas, que todavía se sostiene como habituales, y se constituyen como misóginas.
Otros temas que preocupan a la directora, dejando de lado el retrato histórico, que bien podría ser una o dos historias de sus antepasados (ella es francesa de origen tunecino), expone muy claramente como ante situación de supervivencia los factores de poder pueden generar libremente y sin mucho esfuerzo cambios de conducta en los oprimidos, divide y reinaras, dice el saber popular.
De esta manera aborda temas como la discriminación, nacionalidad, las clases sociales y, fundamentalmente, el acceso a la sexualidad. La sofocación cultural, la iniciación sexual, la amistad, el amor, desde un padre musulmán que sin tergiversar los mandatos puede encontrar y mostrar una luz de esperanza en medio de la oscuridad, o de una madre extremadamente cariñosa que defenderá la vida de su hija, poniendo en riesgo la suya. Hay una escena en tal sentido, en que Myriam, escondida debajo de la cama, es testigo del maltrato de los policías para con su madre, y que la resolución de la misma da cuenta de un nuevo nacimiento.
También y a través de la exposición de ritos en forma pormenorizada, sobre todo lo relativo a la sexualidad, conjugados en ambas protagonistas, planteando de diversas maneras los anteriormente dicho de la misoginia, llevan al público a identificarse en la amargura y el dolor de los personajes.
Albou maneje los movimientos de cámara con sutileza dando lugar a una percepción muy natural de las imágenes, como si estas fluyeran, escondiendo la construcción de las mismas, haciéndonos creer que no hubo una búsqueda de las mismas, sino que estas fueran encontradas casi de casualidad.
La dirección de arte, esto es escenografía y vestuario, es justa, moderada. No es una superproducción Hollywood, pero no le hace falta, ya que en el diseño de sonido, el fuera de campo construye tanto como la imagen, para esto utiliza además tonos fríos para la iluminación dando lugar a una fotografía, ascética, oscura, que refuerza el clima opresivo, que la realizadora indudablemente procura mostrar.
El clima de todo el film es angustiante, la tensión dramática inquebrantable, y la estructura narrativa es poseedora de buen ritmo, otorgado en principio por el guión, donde la carga dramática no cae en golpes bajos, no busca el efecto de lacrimógeno. Por otro lado, la historia en sí misma es atractiva y atrapante.
Las interpretaciones de las jóvenes Lizzie Brocheré y Olympe Borval, están por encima del resto de la producción fílmica, y eso ya es mucho decir.