Parece que los años en que criticar las tradiciones religiosas y diferencias culturales se consideraba un tema tabú, pasaron a la historia. La Canción de las Novias, segunda obra de la directora y actriz francesa, Karin Albou (La Pequeña Jerusalem) usa como contexto histórico la invasión de los nazis en Túnez para explorar temas muy delicados dentro de la cultura de los países de Medio Oriente, como lo son las diferencias ideológicas, religiosas y culturales, y a la vez para criticar algunas prácticas ortodoxas, que aún hoy son comunes, y que implican costumbres misóginas, donde las mujeres terminan siendo víctimas de la sociedad. Túnez 1942, Myriam y Nour son dos amigas íntimas. Ambas tienen 16 años y sus padres quieren casarlas. Myriam vive con su madre Tita (la propia Albou), ambas emigrantes francesas judías, en un barrio pobre de la ciudad, mientras que Nour, su vecina, es hija de una ortodoxa familia musulmana. Sin embargo, esto poco influye en la relación de ambas. Túnez es una colonia francesa, y los tunecinos quieren la independencia. Tita es despedida de su trabajo como costurera, por lo tanto, necesita que Myriam se case con Raoul, un aristocrático médico tunecino judío para sacar adelante a la familia. Mientras tanto Nour quiere casarse con Khaled, su primo, pero su padre no aprueba el compromiso, porque el joven es desocupado. Cuando los nazis ocupan Túnez, Khaled trabaja como informante de la SS. Los nazis imponen un impuesto para que los judíos se queden en tierras tunecinas, por lo que solamente si Raoul lo paga por ellas, Myriam y Tita se pueden quedar, y eso solamente puede pasar si Myriam se casa con él. Al mismo tiempo, Khaled le llena la cabeza a Nour para que abandone a Myriam por ser judía. Más allá del retrato histórico, la directora explora el lavado de cerebro y la discriminación, nacionalidad, situación económico – social, religión y sexo. Sin salir del humilde barrio donde sucede la mayor parte de la historia, la asfixia, la iniciación sexual, la amistad son puestos en cuestión, a través de la demostración de ritos en forma detallada, que llevan al espectador a compartir el sufrimiento de los personajes. La tensión sexual y la pérdida de la virginidad impuesta por la sociedad, y sobre todo la falta de libertad e independencia de Túnez, sirven como metáfora de las restricciones a las mujeres con las de una ciudad sometida por dos bandos hegemónicos. La reconstrucción histórica es precisa pero no ambiciosa, sino moderada. No se trata de una superproducción histórica de Hollywood. La fotografía fría, oscura transmite ese clima asfixiante, que la directora efectivamente pretende recrear. El vestuario, es fundamental para entender la transformación de comportamientos de las mujeres, la importancia que tiene para definir cuando se rompen barreras sociales, y barreras generacionales. El pasaje de la chica a la mujer. La mujer que según, la cultura, debe convertirse en madre, esposa, súbdita de un hombre que no ama. Los climas son eficientes, la tensión constante, y la película alcanza tener un buen ritmo, la narración es atractiva y atrapante la mayor parte del relato, tratando de que la carga dramática no caiga en golpes efectistas de lacrimogenia fácil, mas sí tiene algunos puntos bajos, pero que no resultan forzados. Si bien en los últimos minutos toma una posición conciliadora un poco inverosímil, la película es una obra cargada de simbolismo que da pie a reflexiones y discusiones. Las interpretaciones de las jóvenes Lizzie Brocheré y Olympe Borval, como Myriam y Nour respectivamente, elevan el nivel de la película de Albou.
La Canción de las Novias, cuenta una historia de amistad entre dos adolescentes: Myriam judia y Nour musulmana en un barrio pobre de Túnez en 1942 cuando es tomado por los nazis. Más allá de que el relato trascurre con la toma de nazis el bombardeo: la guerra en sí como escenario, lo más violento en este film son las tradiciones y los impuestos en la familia de ambas jóvenes. Myriam vive sola con su madre y le gustaría vivir el amor verdadero que su mejor amiga Nour experimenta con Khaled, mientras que Nour vive las penurias del mundo musulmán, al ser mujer no puede estudiar ni trabajar, solo abocarse a los trabajos del hogar, esperar que su prometido, elegido previamente por su familia, consiga un empleo para así poder casarse. El amor que se tienen es infinito, y la historia es sobre el amor, el despertar sexual , la envidia, la identificación, el racismo, la guerra... todo excelentemente interpretado. Las miradas que le dedica la actriz Lizzié Brocheré a su amiga y a el doctor con el cual quiere casarla su madre para evitar el ataque nazi son cautivantes, las escenas que involucran parte de las tradiciones judias o musulmanas son intensas y lejos de parecer a la ficticia Rochellle, Rochelle ( película de ficción cursi y erótica mencionada en la serie Seinfeld, la cual parodia a los films europeos ) las escenas de sexo explicito son dramáticas y se siente esa mirada sobre la adolescencia femenina dentro de la comunidad musulmana. Karin Albou, directora de La Petite Jerusalem (2005), retrata de manera más intima y arriesgada la amistad entre estas dos mujercitas las cuales se comunican más con gestos y miradas que con palabras. Cuando las dos son victimas de la guerra y la discriminación es cuando más se unen dejando de lado las diferencias y consolándose en una historia de amor.
Amistad Interrumpida La canción de las novias, film oriundo de Túnez, está estructurado a partir de la mirada de dos niñas, amigas desde la infancia, mediante las cuales se irán desarrollando los acontecimientos ligados a la cultura de la zona y los pormenores que atrajo la Segunda Guerra Mundial. Nour (Olympe Borval) y Myriam (Lizzie Brocheré) son mejores amigas. Una es árabe y la otra judía, hecho que parece no importar hasta la ocupación nazi del país. En sus costumbres diarias -el baño turco, el colegio, sus familias- que compartían hasta entonces, deberán separarse e, incluso, oponerse por estar sus parejas respectivas enfrentadas en el conflicto bélico. La llegada de los nazis sucede paralelamente a la adultez de las niñas, hecho que las separa indefectiblemente. La película de Karin Albou, resulta una historia de amor sobre el valor de la amistad entre dos niñas, a las que la vida las pone en veredas opuestas, tomando como punto de vista al narrar la historia, la mirada de las chicas. Ya en el comienzo, la visión de una de las niñas está vedada por una reja, una imposición visual que se materializará luego en los hechos. Miradas de descubrimiento, de dolor y de contención, impondrán ellas frente al destino que sus familias les tienen preparado. El film hace foco sobre los cuerpos, la piel es la receptora del sufrimiento que las jóvenes experimentan. Así la depilación y la primera relación sexual, son vistas como situaciones traumáticas. Del mismo modo pero de manera opuesta, el amor y contención entre las niñas, es expresado corporalmente. La canción de las niñas es una película por demás interesante, dura como las vivencias que experimentan las niñas, pero que no deja de contar una historia de amistad entre amigas que, juntas, supieron preservar ese espacio de inocencia frente a la vida que les tocó vivir.
Mujer contra mujer Dos amigas divididas por la Segunda Guerra. El principal mérito de La canción ..., de Karin Albou, es su aproximación -ambigua y sutil, pero potente y desprejuiciada- a la amistad adolescente femenina. La exploración de un vínculo complejo, en un ámbito y un tiempo complejos. Túnez, 1942: antigua colonia francesa en el Magreb, pasando de la lealtad al régimen pro alemán de Vichy al dominio total nazi. Myriam es judía; Nour, musulmana: ambas viven en un barrio modesto y son, casi, una fusión. Hasta que la Segunda Guerra las escinde, con el filo ideológico. Propagandístico: la exacerbación del odio al otro, que en este caso es muy parecido a uno mismo. Albou trabaja la identificación, los celos y la confrontación desde dos puntos de vista. El íntimo, el del crecimiento, vinculado con el dolor de ir mutando de la simbiosis adolescente a la individualidad adulta. Y el social, con los alemanes demonizando a los judíos, buscando aliados musulmanes, recordándoles la postergación que les imponían los franceses. Estos componentes invitaban al maniqueísmo, el melodrama de fórmula y el pintoresquismo. Albou los eludió (casi siempre) con un trabajo notable sobre la libido, los goces y los sometimientos femeninos. En primer lugar, hay un cierto erotismo reprimido entre ellas. Pero sus cuerpos "pertenecen" -por la voluntad o la fuerza- a hombres. Mucho peor: a una cultura machista. Myriam es obligada a casarse con un médico mayor para sobrevivir; Nour no puede casarse con un joven -al que sí desea- hasta que él consiga trabajo, aunque goza del sexo y lo debe ocultar. Más adelante, él conseguirá trabajo ... con los alemanes: los opresores de la familia de Myriam. Las mujeres adultas participan de las distintas coerciones a la feminidad. Los primeros planos de una dolorosa depilación púbica a Myriam "para su futuro marido" -filmada a modo de una tortura- y la espera de la sábana manchada por la (supuesta) sangre virginal de Nour en su noche de bodas son ejemplos. Los cuerpos de las mujeres hablan en esta película. Como en una escena en que Myriam se niega a tener sexo con su flamante esposo: la desnudez completa, la falta de vello, los muslos apretados y su espalda doblada contra una pared transmiten más desamparo que cualquier narración o palabra. Aunque los personajes son ambivalentes, y la película le da preponderancia a lo íntimo por sobre lo bélico (la guerra llega a través de sonidos, imágenes fugaces y reacciones), el tramo final cae en cierta tentación aleccionadora. Pero desde la delicadeza de una realizadora que, más allá de sus desniveles, logra un filme de calidad, de esos que no sobran en la cartelera, y menos en fílmico.
Una historia de mujeres, amistad y desencuentro La amistad entre Nour, musulmana, y Myriam, judía, nació cuando eran niñas y ahora, ya adultas, siguen cultivando ese lazo afectivo. Estamos en 1942 y ellas viven en Túnez, en un modesto edificio de una zona en la que judíos y musulmanes conviven en paz. Sin embargo, la envidia se hace sentir, ya que Nour no puede asistir a la escuela como su amiga, y ésta sueña con un amor imposible. Pero cuando el ejército alemán entra en Túnez se producirá entre ambas un sordo enfrentamiento. Consecuentes con la política de Vichy, los nazis obligan a los judíos a pagar enormes impuestos y la madre de Myriam, acosada por las deudas, impone a su hija un casamiento no deseado. Nour, entre tanto, queda encerrada en sus sueños y sus fantasías y crece la envidia mutua; mientras que Nour se compromete con su verdadero amor, Myriam sueña con hallarlo. Así la historia se convierte en una dramática, poderosa e íntima interpretación de esas dos jóvenes mujeres en una parte del mundo donde los papeles femeninos son aún casi siempre secundarios. Pero más que una simple mirada a la sexualidad femenina, el relato desarrolla cómo el destino a menudo rompe con las obligaciones más fuertes y esenciales. La directora Karin Albou establece una voz nueva y original y entre sus preocupaciones incluye la sexualidad femenina y la religión y cultura árabe y judía. La sutil narrativa de la realizadora dibuja contradicciones en todos sus personajes y, con pinceladas a veces poéticas y otras despiadadas, lleva a sus criaturas por esos caminos en los que la amistad es, en definitiva, mucho más poderosa que el terror y que la guerra. Lizzie Brocheré y Olympe Borval lograron dar notable autenticidad a sus papeles protagónicos.
Cuando el fondo histórico disuelve a los personajes Los films que tienen como núcleo circunstancias sociales o históricas –o ambas– corren un enorme riesgo: que esas circunstancias o la toma de posición respecto de ella termine transformando a los personajes en meras herramientas para el mensaje didáctico. Cada película, sea La guerra de las galaxias o La batalla de Argelia, plantea un mundo, reglas específicas y comportamientos que reflejan los nuestros: nos importan o no sus habitantes de acuerdo con ese reflejo. En el caso de La canción de las novias, si bien la realizadora Karin Albou hace lo posible para darles dimensión a sus protagonistas, termina sin decidir si lo que más le importan son sus criaturas o su contexto. La historia está ambientada durante la ocupación nazi en Túnez: una joven judía debe aceptar un matrimonio por conveniencia; una musulmana, también. Entre ambas se establece una amistad casi física, al borde de lo homoerótico, que se desliza a enormes tensiones a medida que la vida de los judíos se hace más y más intolerable bajo el régimen de ocupación. La descripción de esta amistad juvenil es precisa y captura la atención del espectador. Pero la tentación de hablar de discriminación y política (mujeres obligadas por sus familias según un orden tradicional, más las diferencias entre judíos y musulmanes, más la opresión de una dictadura dibujan un marco demasiado pesado para el tapiz personal) termina siendo demasiado grande y Albou cae en ella. Es entonces cuando el guión –entendido sólo como un índice de situaciones arbitrarias y calculadas– toma control de la película y diluye el drama personal –que es universal– en el contexto. Sin embargo, mientras la relación entre estas mujeres se desarrolla a partir de pequeños o grandes gestos, y en momentos donde la descripción descarnada de algunas situaciones se vuelve obligada (el caso de una depilación de vello púbico, que conserva sin entrar en lo pornográfico toda su connotación violatoria), el film cobra la necesaria fascinación para continuar con él: logramos creer en las protagonistas y sentir ese lazo que suelen establecer con nosotros los personajes de un film. Pero siempre un encuadre de más, un momento casi sobreactuado por parte de la directora, nos recuerda que debemos valorar este film no tanto por la vida que muestra sino por la utilidad que podemos extraer de él. Por poco, la película termina inclinándose hacia el didactismo. Sin ninguna duda, pues, La canción... es un film justo respecto de los problemas que plantea. Desgraciadamente no lo es, del todo, para las criaturas que lo habitan.
Mundos olvidados Dos adolescentes, una judía y otra musulmana, comparten sueño e ilusiones en un conventillo de la ciudad de Túnez, pero el año 1942 presagia grandes cambios, la Francia colaboracionista de Vichy ha cedido a las peticiones de Alemania y en la colonia francesa se comienzan a aplicar todas las leyes de persecución a los judíos. Las muchachas intentaran mantener la amistad, hasta que la realidad aplasta todos los sueños y cada una, a su manera y con las presiones socioculturales de su comunidad, irán entendiendo la vida a su manera. Con el encanto de los relatos sin pretensiones que se conforman con solo rescatar sensaciones y no dar clases morales, La Canción de las novias, nos coloca en un mundo poco transitado por las grandes producciones, y narra muy profundo acerca de aquello tan mentado que alguien llamó la condición humana. La dirección de Karin Alboy, con medias palabras, genera una atmósfera en la que permaneceremos muchos más allá del fin de esta discreta joya.
Preconceptos sobre la convivencia “Ojalá los alemanes ganen la guerra, así nos libran de los franceses”, anhela la parroquiana de un baño público. Corre noviembre de 1942. Sobre las ensortijadas calles de Túnez llueven bombas aliadas, y llueven también volantes que desparraman los aviones de la Wehrmacht, intentando convencer a la población de la conveniencia de apoyar al Reich. Myriam y Nour son las mejores amigas, y para ellas jamás fue un problema que una sea judía y la otra musulmana. Pero ahora los tiempos cambiaron, la radio oficial no propala la convivencia sino el odio racial y hasta en El Corán puede leerse que el único modo de ser fiel a Alá es profesar la fe de Mahoma. ¿Podrán Myriam y Nour, en este contexto hostil, seguir siendo amigas? Segundo film de la realizadora, guionista y actriz Karin Albou (la anterior, La pequeña Jerusalén, había tenido ya una considerable repercusión en el circuito de festivales y cine “de arte”), La canción de las novias reúne item caros a la agenda de la corrección política y sexual. Desde la amistad femenina hasta la resistencia al nazismo, pasando por las relaciones entre judíos y musulmanes en el mundo árabe y sin descartar la condición de la mujer en las comunidades musulmanas, las restricciones sociales al deseo femenino y la tradición del casamiento por interés en la cultura judía. Nour (Olympe Borval) quiere casarse con su novio Khaled, pero el padre no la deja. A Myriam (Lizzie Brocheré) le sucede exactamente lo contrario. A la condición de viuda reciente, su madre, Tita (interpretada por la propia Albou) debe sumarle la de ser judía. Lo cual la obliga, por ley del gobierno colaboracionista de Vichy, a pagar un “impuesto” del que no puede hacerse cargo. Unica solución: casar a la hija con un médico que podría ser su padre (Simon Abkarian). Algo que Myriam intentará resistir contra viento y marea. De resistir sabe la muchacha: acaban de expulsarla del colegio por cantar canciones contra el mariscal Pétain. Al mismo tiempo, Khaled colabora con el ejército ocupante, haciendo de soplón. Cine a la carta, La canción de las novias no está exenta de ninguno de los riesgos que cercan esta clase de relatos. Uno de ellos es que los personajes, antes que tener existencia propia, tienden a ser mera expresión de ideas previas. La sinceridad y entrega de ambas protagonistas ayuda a disimularlo, pero no a salvarlo. El otro es que en la medida en que los item de la agenda temática se colocan en el relato como huevos en una huevera, inevitablemente se incurre en estrecheces y simplificaciones. Por más que se la quiera contrapesar con alguna muestra de generosidad individual, la idea de colaboración de la comunidad musulmana con el nazismo es, a la vista de la historia contemporánea, una particularmente resbalosa.
La canción de las novias es una película seria. Adusta, sería en verdad una palabra para describirla con mayor precisión, sino fuera porque la expresión no termina de hacerle justicia a algunas zonas particularmente luminosas de su metraje. La seriedad, en cambio, parece inapelable: la directora, celosa en el cuidado de las formas, no filma un dramón, no les concede a sus criaturas un respiro, ni tan siquiera bajo el aliento desmañado, oscuramente feliz de la hipérbole. Se decide a filmar apenas un drama cuyo principal figurante resulta ser el Diablo. En Túnez, durante la Segunda Guerra Mundial, desembarcan los nazis y de inmediato se abren bandos, obviamente. Hay espías, delatores, colaboracionistas. De fondo, cada vez que se enciende un aparato de radio, rechina (tan lejos, tan cerca) el oprobio de Vichy, con propaganda hablada en francés de la colonia a favor del Tercer Reich. La irrupción de la Alemania de Hitler y sus huestes es un fragmento histórico que se presenta como corresponde, con modales lo más graves y rutinarios que sea posible, mediante fotos fijas extraídas de los archivos de la protocolar memorabilia perteneciente a la época retratada. La Historia está congelada, ya hay veredicto sobre ella. Es en blanco y negro y establece el obligado telón de fondo para la tragedia. En ese contexto, hay dos niñas. Son las novias a las que hace mención el hermoso título, desconozco si la canción igualmente hermosa que alude también a una chica pronta a casarse, y que se oye cada tanto en la película, se llama así. Se trata de una musulmana y una judía, que son vecinas y amigas inseparables, aunque de clases sociales diferentes. A la primera le está destinado en matrimonio su primo, por el que se siente atraída, por suerte para ella, y con el que regularmente tiene relaciones sexuales a escondidas en los techos de la casa. A la chica judía, en cambio, su madre la ofrece contra su voluntad a un médico acomodado con el fin de saldar una deuda acuciante contraída por el marido muerto. Al revés que en la otra pareja, a este novio le toca una compañera que no quiere ni por las tapas que le pongan siquiera un dedo encima. Al lado de esas dos situaciones, esos dos sistemas en donde el deseo fluye en ambas direcciones o solo en una, la película presenta un tercero, uno alternativo: las dos chicas se encuentran con asiduidad en un baño turco, convenientemente semidesnudas y junto a otras mujeres en igual condición. Más tarde, la chica judía le regala a su amiga un corpiño y le ayuda amorosamente a ponérselo. Luego, en otra escena, la chica judía es preparada para la boda, según el “modo oriental” que pidió expresamente el futuro marido. La cámara hace un plano detalle de los dedos de una mujer embadurnados con la cera mediante la cual va a proceder a depilar a la adolescente. Mientras su amiga la acompaña y asiste sosteniéndola por los hombros, la chica abre temerosa las piernas como si estuviera a punto de dar a luz y se exhibe la zona del pubis cuyo vello está pronto a desaparecer. La directora se ha revelado de pronto como una experta en filmar cuerpos. En esa insospechada capacidad parece residir la vitalidad secreta de su película, el núcleo de esencial gracia y nobleza al que La canción de las novias ignora solo en parte. Ese tercer plano, esa “zona”, no termina de ser homosexual, permanece ambigua, irresuelta como portadora de deseo pero decidida como lugar de resistencia. Es carne siempre sufriente la que la habita y constituye, eso seguro. Pero es al fin también (sobre todo) carne de mujeres, a su modo sediciosa e insubordinada: en su primer momento de intimidad luego de la boda, la chica judía no quiere que el flamante marido le toque un pelo, se resiste, se le escabulle de la cama, y el tipo baja la cabeza y se resigna, acepta a su pesar. Cuando los soldados alemanes entran de sopetón requisando judías en el sauna, se llevan a la rastra a las que no tienen el velo islámico, es decir a las que están menos cubiertas que las otras. Son escenas breves, fugaces, que vienen a contrastar de modo palmario con el tono bastante convencional que afecta de manera general a la película. Contra su alemanes de manual (el esquivo Fuhrer, fijo en sus fotos pero igualmente vociferante, los soldados impertérritos y eficaces) y la potencia arbórea de la dominación naturalizada (en Túnez, colonia francesa, los “nativos” no pueden compartir ciertos espacios públicos con los descendientes de europeos, por lo que la chica musulmana debe mirar desde lejos a su amiga probarse el vestido frente al espejo del negocio), La canción de las novias devela la fuerza apenas disimulada del encuentro de esos cuerpos a los que el orden se empeña en someter. Prácticamente sin escandalizarse, sujeta casi hasta las últimas consecuencias a la idea peregrina de un “cine de calidad”, en donde lo más importante es mantener las cosas en su sitio todo el tiempo que se pueda, la película alcanza a enorgullecerse de un hallazgo tardío: el fascismo tiene más de un domicilio.
Las novias desdichadas En principio, las novias que retrata la directora Karin Albou no tienen motivos para cantar en el Túnez de 1942, año en el cual se desarrolla la película. Aun las más afortunadas dentro de esa sociedad machista encuentran desdicha en el casamiento. Las protagonistas son dos amigas, una musulmana, Nour, y otra judía, Myriam. La trama transcurre durante el avance de la ideología nazi en el territorio ocupado por Francia. Nour, pobre y analfabeta, está de novia con alguien que ama, pero vetado por su padre porque no tiene trabajo. Myriam, educada y con una madre pobre y acosada por las presiones del régimen, obliga a su hija a casarse con un médico rico. El filme expone de manera sutil las diferencias de clase, los recelos entre las amigas y muestra para las mujeres un panorama desolador todavía hoy identificable.
Áspera narración tratada con genuino lenguaje fílmico Ambientada a mitad de la Segunda Guerra Mundial, en Túnez, específicamente en 1942, narra la historia de dos amigas, Nour (Olympe Borval) y Myriam (Lizzie Brocheré), ambas de dieciséis años, que desde niñas residen en el mismo inmueble, ubicado en un barrio modesto donde judíos y musulmanes coexisten en supuesta perfecta armonía. Pero cada una (a su manera) envidia la suerte de la otra. En noviembre, el ejército alemán entra en Túnez. Aliados con el gobierno francés de Vichy, los nazis exigen a los judíos a pagar gravámenes descomunales. Les coartan las posibilidades de trabajo, por lo cual la madre de Myriam, queda desocupada y para poder hacer frente a sus deudas intenta, en realidad obliga, a su hija a casarse con un medico judío, rico, mucho mayor que ella, destruyendo los sueños de Myriam de casarse por amor como le sucederá a su amiga. En esta segunda realización de la directora y actriz francesa Karin Albou (“La Pequeña Jerusalem”, 2004) usa este contexto histórico para indagar sobre temas espinosos dentro de la cultura semita, como son los contrastes ideológicos, religiosos y de educación, y le sirve asimismo para denunciar prácticas ortodoxas, que todavía se sostiene como habituales, y se constituyen como misóginas. Otros temas que preocupan a la directora, dejando de lado el retrato histórico, que bien podría ser una o dos historias de sus antepasados (ella es francesa de origen tunecino), expone muy claramente como ante situación de supervivencia los factores de poder pueden generar libremente y sin mucho esfuerzo cambios de conducta en los oprimidos, divide y reinaras, dice el saber popular. De esta manera aborda temas como la discriminación, nacionalidad, las clases sociales y, fundamentalmente, el acceso a la sexualidad. La sofocación cultural, la iniciación sexual, la amistad, el amor, desde un padre musulmán que sin tergiversar los mandatos puede encontrar y mostrar una luz de esperanza en medio de la oscuridad, o de una madre extremadamente cariñosa que defenderá la vida de su hija, poniendo en riesgo la suya. Hay una escena en tal sentido, en que Myriam, escondida debajo de la cama, es testigo del maltrato de los policías para con su madre, y que la resolución de la misma da cuenta de un nuevo nacimiento. También y a través de la exposición de ritos en forma pormenorizada, sobre todo lo relativo a la sexualidad, conjugados en ambas protagonistas, planteando de diversas maneras los anteriormente dicho de la misoginia, llevan al público a identificarse en la amargura y el dolor de los personajes. Albou maneje los movimientos de cámara con sutileza dando lugar a una percepción muy natural de las imágenes, como si estas fluyeran, escondiendo la construcción de las mismas, haciéndonos creer que no hubo una búsqueda de las mismas, sino que estas fueran encontradas casi de casualidad. La dirección de arte, esto es escenografía y vestuario, es justa, moderada. No es una superproducción Hollywood, pero no le hace falta, ya que en el diseño de sonido, el fuera de campo construye tanto como la imagen, para esto utiliza además tonos fríos para la iluminación dando lugar a una fotografía, ascética, oscura, que refuerza el clima opresivo, que la realizadora indudablemente procura mostrar. El clima de todo el film es angustiante, la tensión dramática inquebrantable, y la estructura narrativa es poseedora de buen ritmo, otorgado en principio por el guión, donde la carga dramática no cae en golpes bajos, no busca el efecto de lacrimógeno. Por otro lado, la historia en sí misma es atractiva y atrapante. Las interpretaciones de las jóvenes Lizzie Brocheré y Olympe Borval, están por encima del resto de la producción fílmica, y eso ya es mucho decir.