La vida es puro teatro
La canción de París, la nueva superproducción de Christophe Barratier (el mismo de la exitosa Los coristas), es una tragicomedia épica que combina el cine de época, el musical y el género romántico con un fuerte trasfondo político, ya que está ambientada en 1936, tras el triunfo electoral de la izquierda (el Frente Popular), pero con una férrea oposición de los fascistas asociados con el poder económico y policial.
En ese contexto, en el popular barrio de Faubourg, se narra la odisea de tres integrantes del decadente teatro Chansonia, un utilero (Gérard Jugnot), un iluminador mujeriego (Clovis Cornillac) y un patético imitador (Kad Merad). Cuando el lugar es cerrado, ellos serán los responsables de reabrirlo y de montar un espectáculo que les permita sostenerlo. Los decisivos personajes secundarios son el despiadado dueño del Chansonia (Bernard-Pierre Donnadieu), una bella cantante que robará más de un corazón (Nora Arnezeder); y un compositor que sale de un ostracismo de dos décadas para participar en la epopeya (Pierre Richard).
La película remite a varios films previos, desde Topsy-Turvy, de Mike Leigh; hasta Moulin-Rouge o Los productores, pero aquí estamos en un universo premeditadamente sentimental (véase la relación padre-hijo que se describe), cursi, meloso, grasa, en el que el paralelismo entre el desarrollo de la historia y la evolución política francesa es trazado de forma bastante obvia. Sin embargo, con la simpatía de sus intérpretes, las buenas escenas musicales, su sólida factura y esa reivindicación popular (populista) sin culpas le alcanza para ser un espectáculo simpático e incluso, por momentos, irresistible.