No hay mucho para decir sobre La Canción de París. Es una película hermosa y simple, de pequeñas historias y grandes triunfos. Con simpáticos y pintorescos personajes que agradan a todo el público, hasta el antagonista de este film se gana, de a ratos, el cariño del espectador.
Hace unos años, algunos de nosotros nos enternecimos y quedamos muy a gusto con una película francesa llamada Los Coristas. El mismo realizador, Christophe Barratier vuelve ahora a la carga con este nuevo film que mantiene un poco la esencia de aquel.
Un grupo de desocupados, que no consiguen trabajo por ningún lado, deciden re-abrir (y administrar) el Chansonia, teatro donde trabajaban y fueron despedidos cuando fue cerrado para su venta por, el malo de la película, Galapiat (Bernard-Pierre Donnadieu). Los recursos del nuevo grupo administrador son escasos y se ve reflejado en la calidad del espectáculo que ofrecen, plagado de artistas amateurs que se presentan por “el pancho y la coca”. Sólo la bellísima Douce (Nora Arnezeder), se destaca por su talento y es la flor del pantano, plagado de grandes fracasados como son el administrador Pigoil (Gérard Jugnot), el mujeriego Milou (Clovis Cornillac) y el pésimo imitador Jacky (Kad Merad).
Desde el principio del film, uno se encariña con los personajes y se deja atrapar por la historia. Lindos personajes con buenos propósitos desfilan en la pantalla haciendo que uno se entristezca por sus desgracias y festeje sus esporádicos triunfos.
El director da una clase magistral de lenguaje cinematográfico. Comienza deslumbrando con un magnifico plano secuencia, presentando el teatro donde transcurre casi toda la historia y con pequeñas cositas, como la secuencia del musical del Chansonia, demuestra lo bien que maneja los elementos en la pantalla.
En síntesis, como ya dije, una película simplona, que cuenta una historia lindísima, de esas que te ponen contento. Una mezcla de drama, comedia y musical que peca un poquito de larga, pero es ideal para un domingo a la tarde, y sobretodo para aquellos que quieren desenchufarse un rato y meterse en la Francia de la década del treinta, hermosamente creada, y a la que dan ganas de irse a vivir.