Teens Ultraviolentos Kick-Ass está basada en el comic creado en el 2008 por Mark Millar. Como todos sabemos, el comic es la principal fuente de historias de superhéroes que vieron la luz años después en el cine. Pocos son los personajes que nacieron, pura y exclusivamente, en la gran pantalla. Dave Lizewski (Aaron Johnson) es un adolescente demasiado freak. Lo único que hace es ir del colegio a la tienda de comics y estar sentado frente a su PC. Cansado de las injusticias y los abusos por parte de matoncitos de turno decide, de la noche a la mañana, transformarse en un superhéroe, transformarse en… Kick-Ass. Su único problema es que no tiene ningún superpoder, pero lo complementa con un lindo y gracioso traje que compró por Internet. En su camino al reconocimiento popular, que consigue gracias a las redes sociales, Kick-Ass conoce a gente como él. Héroes anónimos que patrullan la ciudad y luchan contra el crimen. Big Daddy (Nicolás Cage, en una de las mejores actuaciones de su carrera) y Hit Girl son una pareja compuesta por un padre y su hijita de once años (la nena se roba la película) que si bien no tienen poderes, manejan armas y las artes marciales a la perfección. Juntos intentan desbaratar una banda de mafiosos que controla la ciudad. Las peripecias que afronta Dave, tejen una trama muy entretenida en la que se mezclan todas las personas que rodean su vida. Esto combinado con muy buenas escenas, un manejo de cámara perfecto y por sobre todo un excelente montaje. El director, Matthew Vaughn, el mismo de Stardust, eligió de manera impecable a su equipo de trabajo y al elenco de actores, donde todos se lucen con sus actuaciones. Otro elemento a destacar es la banda de sonido, variada, muy común y distinta a la vez, que condimenta y acompaña la acción a la perfección. Kick-Ass es una película extraña, probablemente todo lo que veas en este film ya lo viste en otro, pero es el collage o la suma de todas esas partes que hacen que su resultado sea positivo e innovador. Súper violenta y muy divertida, para sentarse y reírse durante dos horas, sin demasiados análisis de lo que estas viendo. El cine se creo por los hermanos Lumiere, allá a finales del siglo 19, como un entretenimiento que iba de la mano y acompañaba parques de diversiones y circos ambulantes. Bueno, eso es Kick-Ass, entretenimiento puro, para reír sin prejuicios y disfrutar a 24 cuadros por segundo. De lo mejor del año.
Michael Haneke regresó a Alemania, su tierra natal, para filmar luego de trabajar en el extranjero. El creador de grandes películas como Funny Games y Caché, relata en esta obra una serie de acontecimientos ocurridos en una pequeña aldea alemana alrededor de 1910, los cuales buscan representar el momento en el cual se plantó (y germinó) la semilla que décadas después dará sus frutos y se convertirá en el nazismo. El cine de Haneke se siente. La opresión que se vivía en aquella época puede verse en los encuadres de realizador alemán. Una larga y apacible toma de un pueblo tranquilo, produce, inexplicablemente, muchos nervios en el espectador. Ocurre lo mismo con todas las tomas del filme. Sabemos y sentimos que algo no anda bien. Un caballo y su jinete tropiezan misteriosamente con un cable amarrado entre dos árboles, el hijo del barón es encontrado maniatado en un establo con claros signos de maltrato, en el bosque golpean y dejan al borde de la muerte a un niño con problemas mentales. Haneke no nos muestra al culpable y nos hace desconfiar de todos. La belleza de las imágenes en blanco y negro fruto de la excelente fotografía de Christian Berger (nominado al Oscar por este trabajo) no puede disfrutarse con tranquilidad. El espectador no podrá parar de hacer conjeturas y tratar de deducir durante todo el filme quién es el responsable los actos. La respuesta es simple, absolutamente todos son culpables. El pequeño pueblo está contaminado, como en un futuro lo estará la nación. Las estrictas costumbres y prácticas de los padres frente (y hacia) a sus hijos y la aplicación de una doctrina religiosa a rajatabla, sembrarán en los corazones de esos niños un odio y un resentimiento que, sin duda, años después, los llevará a apoyar un movimiento como el nacionalsocialista. En síntesis, una película para ver, sentir y sufrir, con escenas increíblemente realizadas y por momentos muy fuertes. Varias historias paralelas irán tejiendo la trama para llegar a un producto casi perfecto con un final abierto, que como todos sabemos termina treinta años después convirtiéndose en una de las páginas más oscuras de la humanidad.
Los videojuegos han sido, desde hace unos años, una fuente muy potable de historias para los grandes estudios de Hollywood, que han agotado sus ideas y se decidieron a lanzar remakes y secuelas de viejos éxitos taquilleros. A esta altura se podría decir que prácticamente todos los títulos conocidos de las viejas consolas ya han vendido sus derechos de realización. El Príncipe de Persia, fue un gran juego que revolucionó los ochenta en su versión para PC, y hasta el día de hoy sigue lanzando nuevas versiones. El protagonista de la historia es el príncipe Dastan –interpretado por Jake Gyllenhaal– el cual luego de ocupar una ciudad sagrada es traicionado por un miembro de su familia y acusado de asesinar a su propio padre. Junto a la princesa Tamina (Gemma Arterton) harán todo lo posible por mostrar la inocencia del príncipe y a la vez enfrentar las fuerzas oscuras que quieren apoderarse de una daga antigua que custodia la princesa. El realizador Mike Newell (Harry Potter y el Cáliz de Fuego) fue convocado por el productor pochoclero Jerry Bruckheimer –creador de la saga de Los Piratas del Caribe– para realizar esta película debido al buen resultado que logró el director con la cuarta entrega cinematográfica de los libros de J.K. Rowling. El filme se gesta y nace con un estigma que lo marcará hasta los títulos finales y es el de ser una película producida por Disney. Ni bien comienza uno se da cuenta que está ante un producto realizado en la matricería de la casa del ratón. Con una estética muy similar a Los Piratas del Caribe, pero esta vez con personajes similares a los pelilargos de las nuevas novelas brasileras, nos adentramos en la trama y rápidamente todos los personajes son presentados. Newell realiza un trabajo casi perfecto desde la dirección. Su cámara nunca se queda quieta le imprime mucha dinámica a un film plagado de escenas de acción y riesgo. Los actores entendieron el mensaje del director y están muy bien en sus papeles. Dos grandes como Sir Ben Kingsley y Alfred Molina también forman la partida. El uso de los efectos especiales está medido y son excelentes. Los escenarios están muy bien creados por lo que desde el punto de vista técnico y actoral nada puede recriminársele. Los problemas de la película surgen en el campo narrativo. Lo que se construye en la primera media hora comienza poco a poco a desmoronarse. Muchos personajes cambian de bando y pasan de ser antagonistas a aliados (o viceversa) en un abrir y cerrar de ojos y la daga de la princesa –la cual contiene arena mágica y permite al portador viajar en el tiempo– cambia un sinfín de veces de poder hasta cansar al espectador. Otro gran escollo es lo que yo llamo “las cosas Disney”, actitudes y guiños inexplicables de los actores, que en una situación de vida o muerte se tientan de hacer gestos extraños o soltar un latiguillo supuestamente cómico que no ayuda en nada al filme. En síntesis, una película técnicamente impecable, que peca en su duración –es por demás larga– y en la construcción de la historia. Destinada a niños y preadolescentes los cuales, sin duda, saldrán satisfechos.
Luego de años de ausencia y de rodar varios spots comerciales, los hermanos Albert y Allen Hugues vuelven a la gran pantalla con una historia impecable desde el punto de vista técnico y flojísima en cuanto a lo narrativo. El mundo está vacío. Ubicados en un futuro distópico, prontamente nos enteramos que treinta años atrás “una luz” azotó a la humanidad dejando a la especie al borde de la extinción; sólo algunos habitantes sobrevivieron y la mayoría de ellos quedaron ciegos. El protagonista de la historia –interpretado por Denzel Washington– camina hacia el oeste guiado por Dios con un solo objetivo: transportar la última Biblia sana, gracias a la cual se podrá restaurar el orden tras el caos generado después del Apocalipsis. Sí señores, lo que ustedes acaban de leer es cierto. El leit motiv que mueve al protagonista es cien por ciento religioso y pareciera ser una historia producida por el mismísimo vaticano. Lamentablemente este mensaje católico que quieren transmitir los Hugues embarra la cancha y le quita estabilidad a un film que, de no haber contenido dicho mensaje, hubiera sido mucho mejor. En el aspecto técnico no hay nada para recriminar. La fotografía y el trabajo de los escenarios y fondos computarizados están muy bien realizados. Se destaca también la elección de la música y el manejo de cámara en las escenas de acción. A nivel de realización todo muy bien logrado. Los problemas surgen en el campo narrativo. El antagonista de la historia es Carnegie –interpretado por Gary Oldman–, que maneja el comercio y la única fuente de agua de un pequeño asentamiento. Desde hace años, tiene un grupo de sabuesos que persigue a las personas para apoderarse de los libros que poseen con el fin de localizar una Biblia. El villano sabe y afirma que en los tiempos de desesperación que se viven, el “Libro del Señor” es el arma de control más poderosa. Nada más acertado. Al mejor estilo inquisición, con la Biblia en una mano y el cuchillo en la otra, el personaje de Denzel Washington descuartiza a todo aquel que se interpone en su camino hacia la salvación de la humanidad. Promediando el film, que dura casi dos horas, el relato avanza alternando buenas con malas. Después de mirar varias veces el reloj, ya que es fácil distraerse, la película llega al final, donde los realizadores decidieron tirar al tacho lo poco que habían construido con un final muy disparatado que le quita todo sentido y credibilidad a la historia. Sinceramente es de no creer con la que salieron y pude ver a más de uno agarrarse la cabeza en la sala con lo que sucede. Una película muy poco recomendable, que no amortiza el valor de la entrada.
El retorno de Mel Luego de varios años de ausencia en la gran pantalla, Mel Gibson vuelve para mostrarnos que no se olvidó de actuar y su talento sigue intacto. Recordemos que prácticamente durante toda la década, el actor que le dio vida al mítico William Wallace se abocó de lleno a la dirección, logrando las controvertidas y sanguinarias La Pasión de Cristo y Apocalypto. En contra de todas las predicciones, la nueva película de Martin Campbell (Casino Royale, La mascara del Zorro) es un film entretenido y bien realizado. Si bien el avance promocional muestra mucha acción, el thriller dirigido por el neozelandés es más bien una película tranquila, donde predominan los diálogos y la investigación por parte de Thomas Craven (Gibson) quien ve cómo unos encapuchados asesinan a Emma, su hija, en la puerta de su casa y desde ese momento sólo busca una sola cosa: venganza. El film tiene dos puntos altos que vale la pena destacar. El primero y más fuerte está en las conversaciones que Craven tiene con las personas del entorno de su hija; diálogos que revelan paulatinamente las actividades en las que se veía envuelta Emma y que hacen que la película no decaiga en ningún momento. El segundo pico más alto se puede observar cuando Mel Gibson tiene una pistola en la mano; las escenas de acción y persecución, que son el fuerte del director, están a la altura del relato y muestran definitivamente lo que el protagonista se encarga de repetir varias veces durante toda la película: él no tiene nada que perder. En conclusión, Al filo de la oscuridad no es una obra que marca un punto de inflexión en el género, pero el film se destaca por ser una propuesta que pese a contener los mismos elementos que la mayoría de este tipo de películas (políticos corruptos, grandes corporaciones manejadas por tipos intocables, policías que cambian de bando, etc.) logra despegarse del resto y ofrecer un producto digno de ver y que sin dudas logra su cometido de entretener a doscientas personas que se sientan en una sala de cine con el fin de distenderse.
El Señor de los desaciertos Peter Jackson es, sin duda, uno de los mejores directores contemporáneos. Su interesante filmografía, que incluye excelentes películas como Criaturas celestiales y Muertos de miedo, hizo cumbre con la aclamada adaptación de la saga de Tolkien, El Señor de los Anillos, la cual le aseguró al realizador su propio capítulo en la historia del cine. ¿Qué quisiste hacer Peter? Es muy fácil hablar desde la comodidad de un sillón y decir que la nueva película del neocelandés pierde temprano su norte y deambula por aguas turbias. La novela The Lovely Bones de Alice Sebold fue catalogada rápidamente como una historia “infilmable”. A pesar de esto, Jackson se le animó a la propuesta y el resultado es un film colmado de inconsistencias. La película narra la historia de Susie Salmon, una niña que se presenta contándonos que fue asesinada a los catorce años y de cómo, desde su limbo surrealista plagado de efectos hechos por computadora (por momentos atractivo y en otros muy absurdo) observa los quehaceres de su familia y su asesino. Los primeros cuarenta minutos del film (hasta que Susie desaparece), son correctos; la propuesta entretiene y es llevadera. Después, los guionistas dejan de lado cualquier idea de que la película siga una línea narrativa y todo se va a pique. Se abren historias paralelas alrededor de la familia, sin ningún tipo de justificación ni aporte a la idea central del film, logrando que la película se alargue hasta hacerse insoportable. Sin duda, el fuerte de la película está en el elenco, que –a pesar de tener personajes insostenibles-, hace lo que está a su alcance para llevar el film a buen puerto. Sinceramente es difícil de explicar la reacción de la madre que abandona a su familia para irse a una plantación de naranjas después de la muerte de su hija. Una situación narrativamente inexplicable. Saoirse Ronan (la excelente actriz de Expiación, Deseo y Pecado) interpreta a Susie y nombres importantes como Mark Wahlberg, Rachel Weisz hacen de los padres de la niña. Para el aplauso, y la bien ganada nominación a los Oscars 2010, el trabajo preciso y abrumador del gran Stanley Tucci, en una excelente caracterización del asesino. El talento sigue intacto. Si bien Peter Jackson se embarcó en una película sin sentido, su manejo de cámara y el uso de todos los recursos que forman el lenguaje cinematográfico gozan de buena salud. Se destacan los planos detalle del asesino y la increíble secuencia final, que se podría usar tranquilamente en las escuelas de cine como “Manual de Suspenso”. Sólo eso se rescata de este film pobre; sólo eso y la audacia del realizador de querer filmar una historia muy difícil de adaptar y no quedarse en la tranquilidad y el trono que se le otorgó en el pasado.
La cámara inquieta de Kathryn Bigelow hace foco en los pequeños cablecitos y componentes de las bombas escondidas en los escombros y la basura de Bagdad. La tensión se apodera del espectador. Lejos de ser la película plagada de acción que vende el avance promocional (montado al mejor estilo MTV), Vivir al límite (The hurt locker) se aleja del punto de vista clásico de este tipo de films y pretende contar, desde un lugar central, el accionar de un equipo que desactiva explosivos. La mirada central o neutra es imposible. La cámara acompaña al grupo elite yanqui, se mete en sus bunkers y somos “nosotros” que vamos a desarmar las bombas instaladas por los “otros”. Si bien la realizadora evita los relatos motivadores por parte de algún alto funcionario y tampoco inspira el patriotismo con los bastones y las estrellas de la bandera, una larga, tensa (y magnifica) secuencia en el desierto muestra para qué lado se inclina la balanza. El relato tiene la particularidad de mostrar y contar conflictos en todas las escalas. Partiendo del más grande, la invasión yanqui a Irak, hasta el mínimo conflicto interno de cada soldado y, por supuesto, la relación jefe-subordinado, que es la base de las fuerzas armadas. La búsqueda y la necesidad de adrenalina por parte de un nuevo integrante del grupo acarrearán las complicaciones necesarias para que la película avance. De a poco el espectador caerá en la cuenta de quien es cada uno y su postura frente a este momento de su vida. El “countdown” que marca cuantos días faltan para el cambio de tropa, deja algo bien claro, nadie, o casi nadie, quiere estar ahí. Cuesta muchísimo escribir sobre un film como éste. Por momentos el relato parece no avanzar y de a ratos se hace lento y tedioso. Pero cuando uno termina de ver la película, instantáneamente se da cuenta que acaba de ver un buen film y de que sufrió en carne propia con los protagonistas esos días en Bagdad; con soldados que pasan todo el tiempo juntos, pero que no son amigos, sino simples compañeros y que probablemente no sepan el nombre de pila del tipo que acaban de matar a dos metros de distancia. Apelando a algunas emociones propias del género, como el compañerismo en situaciones extremas, el valor y sobretodo el miedo, la realizadora muestra con pequeños (pero contundentes) gestos como es la relación entre éstos desconocidos. Si bien la película es, como dije anteriormente, buena, dista mucho de ser la gran película que, a mi criterio, la crítica ha sobrevalorado, sobretodo desde el martes, día que se conocieron sus 9 nominaciones a los Oscar (premios que ya han demostrado no ser sinónimo de garantía). Se podría decir que estamos frente a un film que merece ser visto, pero que no ofrece el entretenimiento que la mayoría de las personas van a buscar a las salas y es más para el living de casa un domingo a la tarde.
El viejo Clint es uno de los pocos tipos que sólo con su nombre ofrece garantía de buen film. A punto de cumplir ochenta años, el gran director, parece estar en su máximo esplendor y ofreció, en estos últimos años, películas admirables como Gran Torino, Millon Dolar Baby y El Sustituto, entre otras. Lamentablemente para todos los que nos gusta el buen cine, Invictus está un escalón por debajo de las recién nombradas, pero así y todo, es un film dignísimo de ver. El guión de Anthony Peckham está basado en el libro “El Factor Humano” de John Carlin y cuenta la estrategia de Nelson Mandela para unir a su país, usando la selección de rugby como herramienta. El film arranca bien. Mandela, interpretado por el siempre correcto Morgan Freeman, luego de estar 27 años preso, es elegido presidente -el primer negro de la historia- y se hace cargo del país. Rápidamente son presentados el resto los personajes que tendrán peso en la historia: el capitán de los Springbocks, François Pienaar (Matt Damon) y su entorno, los guardaespaldas y asistentes del presidente. Pero el film, que temprano muestra sus buenas intenciones, ahí nomás se queda y no crece mucho más. El difícil primer año de Mandela es pasado casi por alto y rápidamente nos encontramos en el mundial de rugby, donde el exceso de cámara lenta hace un poco tediosa la resolución del film y el dramatismo que se le quiere imprimir a las imágenes sólo consigue hacer que la película sea más larga de lo que debería. Cerca del desenlace aparecen cosas que le restan al resultado final, algunas frases moralistas, sumadas a un par de clichés y otras intervenciones de ciertos personajes inventados, que sólo buscan meter dramatismo y tensión, donde no debería haberlo. En síntesis, una película a la que es difícil encontrarle un género, mezcla de documental deportivo con film político y tintes dramáticos que entretiene y será olvidada rápidamente. No te perdés de nada si no las ves en el cine, podes esperar tranquilamente que se edite en DVD y gastar esa plata en excelentes pelis como Sherlock Holmes o Amor sin escalas, que siguen en cartel.
Ni bien empieza la película, el novato director Marc Webb, a través de la voz de un narrador que todo lo sabe, se encarga de advertirnos que no estamos frente a una típica historia de amor, donde la formula “chico conoce chica” escribe por sí sola el argumento de la película. Este film es la historia de un pobre pibe que es dejado por la mujer de su vida. Zooey Deschanel interpreta a Summer (de ahí el título original “500 días de verano”, mal traducido a “500 días con ella”), una mujercita dulce y freak que en su nuevo trabajo conoce a Tom (Joseph Gordon-Levitt) y dan comienzo a una relación con muchos tropiezos que, como bien anticipó el realizador, no tendrá un final feliz. Visualmente la película es impecable. Con un montaje alternado, sincronizado a la perfección y con insertos de una especie de odómetro que nos informa en cual de los quinientos días nos posicionamos, el guionista nos cuenta la historia que escribió de la mejor manera posible, ya que la misma, contada de manera lineal no arrojaría el mismo resultado. De esta manera, conoceremos las buenas épocas y el pasado color rosa entre Summer y Tom y como, de a poco, la cosa fue tomando tintes más oscuros; siempre desde el punto de vista del desdichado Tom. Sobre Summer conoceremos poco y nada pero lo suficiente para darnos cuenta que estamos frente a una persona muy especial con una personalidad poco convencional. Las apariciones de la voz en off y la descripción de algunos personajes y/o situaciones son muy similares a la forma y el estilo que utilizó Jean-Pierre Jeunet en el excelente film francés Amelie. Éstos dan un toque distinto y embellecen la película pero dejan un suave y amargo gustito a plagio en el espectador. Con muy buenos personajes secundarios, sobre todo el de la hermana menor de él, que hace las veces de psicoanalista, la película se hace muy llevadera y sus apariciones son muy celebradas. Sus noventa minutos de duración son un acierto, ya que podrían haber relatado muchas otras situaciones alargando, en vano, el film. Hitchcock afirmaba que una película debía durar como máximo una hora y media, ya que es el tiempo promedio que una vejiga aguanta sin empezar a enviar avisos, pasado este lapso el espectador empieza a sentirse incómodo y su visión de la película se ve alterada jugándole en contra al film. En síntesis, una película redondita, linda y simple, de esas que de acá a unos años encontrarás a la mitad en un canal de cable y mirarás hasta que termine.
A la hora de hablar de Avatar no hay que darle muchas vueltas. La película es puro show. Desde su concepción está pensada como un entretenimiento alevoso que aprovecha al máximo las nuevas tecnologías para recrear, casi por completo, el mundo de Pandora, tierra de los Na’Vi, lugar en donde se encuentra enterrado una especie de oro, muy caro y codiciado por los humanos, que irán con todo a la carga para obtenerlo y los “avatares” harán lo propio para defenderse. El director, James Cameron, es un tipo que nació para filmar películas grosas. Con grandes títulos en la espalda como son la súper taquillera Titanic, Terminator 2 o Alien, el tipo tiene el crédito suficiente para hacer lo que quiere. Se demoró diez años en presentar este film alegando que la tecnología no había progresado lo suficiente para recrear el “mundo” de Pandora. Y no estaba vendiendo verdura, generó expectativa con la demora y no defraudó. La trama me pareció mejor de lo que esperaba, generalmente en este tipo de propuestas sci-fi uno no se encuentra con un buen relato y se conforma con unos lindos efectos. En cambio, James Cameron escribo una buena historia que mezcla romance, aventura e intereses políticos que acompañan bien a la estrella del film que, sin duda, es la propuesta visual. A la película, prácticamente no se le puede recriminar nada. Cumple al cien por ciento con su objetivo, que repito es deslumbrar visualmente. Es poco probable aburrirse con este film, puede que a alguien no le guste la historia pero dentro de todo se hace llevadera, y eso que dura casi tres horas. Hay que tener en cuenta que esta película es para verla en el cine, y si es en una sala es 3D mejor aún. Nunca falta el tipo que se compra un DVD trucho, filmado por un celular y después de verla en el living de su casa dice que no le gusta. Es obvio que no le va a gustar, lo bueno de esta película está en ver los mínimos detalles de los rasgos de los “avatares”, la perfección y el cuidad de cada centímetro del paisaje de Pandora. Ahí está el potencial de Avatar. En síntesis, sin contar con grandes estrellas, ni con una historia distinta pero si con una buena billetera, Avatar va a marcar la corta historia del cine. Es muy probable que con el tiempo salgan otras que la sobrepasen, tanto en contenido como a nivel visual (esperemos que sea así, por el bien del entretenimiento), pero esta tiene el plus de ser pionera, la primer película que visualmente patea el tablero y muestra algo totalmente nuevo.