¿Por qué a veces uno es muy severo con algunas películas estadounidenses repletas de lugares comunes, clisés, golpes bajos, estereotipos y en cambio se es más condescendiente con el cine europeo?
Quizás porque lo vemos menos seguido, quizás porque nos cansamos del típico discurso angloamericano, quizás por una cuestión de moda, de costumbre, de refinación. Lo cierto es que, quizás por una cuestión de prestigio, de descendencia somos más “respetuosos” a la hora de criticarlos.
Pero también es verdad, que el cine comercial que llega a nuestro país, debe tener un equilibrio entre lo popular y lo artístico, debe captar a un público adulto, acostumbrado a ver un cine europeo que “emocione”, pero a la vez que tampoco demande un trabajo mental sofisticado, que la sofisticación pase dentro de la pantalla y no fuera.
Y La Canción de Paris reune las características necesarias para ser uno de esos éxitos impensados, sencillos en su narración, clásico en su puesta, pero a la vez “bello y emocionante”. Para los distribuidores, no sería una sorpresa. La anterior película de Barratier, su director, fue un gran éxito gracias al boca en boca: Los Coristas, que además fue nominada a dos Oscars.
Esta vez, Barratier y parte del mismo equipo técnico (Perrin como productor, Jugnot como protagonista) nos llevan a un teatro de los suburbios de París, el “Chansonia”, teatro de variedades, musicales y vodevil, bastante popular a principios del siglo XX, pero que fue decayendo a mediados de los ´30. Tras el suicidio del dueño ante las presiones del mafioso del barrio (Donnadieu) y la huída de la cantante principal, el teatro cierra y sus empleados quedan en la calle. Algunos como Pigoil (Jugnot) son simples desocupados, otros como Milou se afilian al partido comunista y promueven huelgas a favor de los sindicatos, y el Frente Popular Comunista, que acaba de salir electo para gobernar el país. Sin embargo, cuando Jojo, hijo de Pigoil es llevado bajo custodia de su madre, la cantante que escapó del “Chansonia”, Pigoil con ayuda de Milou y Jacky, el imitador, le piden al usurero una segunda oportunidad para abrir el teatro. La llegada de una joven cantante, ayudará y perjudicará a los trabajadores.
Barratier, pasa de la comedia al melodrama de una escena a otra, fluidamente. Aun siendo tan previsible su estructura, llena de personajes estereotipados, clisés y los lugares comunes de estas telenovelas de época, el guión es bastante redondo. Todas las subtramas que se abren cierran perfectamente. Las críticas contra el fascismo que empezaba a imperar en el centro de Europa, el antisemitismo latente, la desocupación, los sindicatos, huelgas y la implementación de obras sociales y leyes en contra del abuso laboral son temas incluidos en este collage de época, cada uno con su porción exacta. Ni superficial, ni banal. La información necesaria y correcta. Esto también se implementa en cada rubro técnico. La película parece haber sido filmada con el manual en la mano, y hace recordar un poco a la película de Tim Robbins, Abajo el Telón, donde sucedían eventos similares. Tiene la escena para emocionarse, la escena para reírse, momentos de suspenso no demasiado tensionantes, pero que cumplen con su cometido. Todo está calculado.
La fotografía del estadounidense Tom Stern es bella y despersonalizada (al contrario de cuando trabaja con Clint Eastwood, donde puede tener mayor libertad), la decoración de Jean Rabasse es meticulosa con el armado de época, y la música y canciones de Reinhardt Wagner nos llevan a los vodeviles, a los musicales de Broadway, donde la vida era color de rosa y todos eran felices.
Más allá de algún que otro plano secuencia (armado en post producción en realidad) interesante donde se ve la trastienda del teatro, el mayor logro visual de Barretier es reproducir las coreografías musicales de las películas de Bubsy Berkely y el humor de Mack Sennet, entre otros, por ejemplo.
Debido a que la película sucede, en mayor parte, durante 1936, Barretier, evita por completo mostrar la segunda guerra mundial, lo cual juega a favor para no tener que caer en el típico epílogo sentimentalista, aunque quizás es innecesario incluir uno en 1945. En cierta forma, esto hace recordar un poco a la obra maestra de Ettore Scola, El Baile, pero sin la sutileza, ni la belleza de la película de 1983.
Las interpretaciones son correctas. Jugnot no se separa del buen padre / profesor que en otra época hacía Phillipe Noiret, Merad (Bienvenidos al País de la Locura) es el comediante todoterreno del momento (a fin de año estrena Mis Estrellas y Yo), y alegra ver actuando con tanta gracia y energía al gran Pierre Richard (El Hombre con un Zapato Rojo). Todos cantan, todos bailan, todos ríen sin dar pasos en falsos y siguiendo los códigos de las actuaciones de los años ´30 o ´40. Un crítico la relacionó con el primer (y mejor) cine de Enrique Carreras, aunque quizás se asemeja más con La Cabalgata del Circo de Soffici, o las películas de Ferreyra con Libertad Lamarque.
Y sí, era otra época, otra ideología, y aún pecando de ser un poco ingenua y superficial La Canción de París, trata de rescatar el espíritu de los ´30. En ese sentido, lo logra.