Primero hay que saber sufrir
El filme de Diego Martínez Vignatti se centra en la crisis que atraviesa una intérprete que atraviesa una crisis.
Las películas sobre tango son un subgénero complicado para un realizador argentino. Desde que el tango es más pasado que presente, más nostalgia, evocación y metáfora que realidad circundante, muy pocas películas han salido bien de la parada. Hablando de cine de ficción, habría que remontarse a Las veredas de Saturno , de Hugo Santiago y con Rodolfo Mederos, para encontrar una gran película sobre el tema.
De entrada, La cantante...
tiene tres cosas a favor. Su realizador, Diego Martínez Vignatti, es argentino pero vive en Bélgica, con lo cual puede ofrecer una mirada que, si bien no está exenta de la nostalgia del “exiliado”, tampoco exagera el poder metafórico del género.
Otro punto a favor es el haberse concentrado en el tango-canción en lugar de la danza, una zona menos explorada y que funciona, en relación con los contenidos del filme, como coro y comentario.
Y el tercero es que Vignatti es un gran director de fotografía (cumplió esa labor en dos filmes de Carlos Reygadas, Japón y Batalla en el Cielo ) y muchos de sus planos-secuencia ofrecen un deleite visual que no es habitual en muchas de estas producciones que suelen apostar por estereotipos.
La historia arranca de manera sencilla y luego de va enrareciendo. Helena (Eugenia Ramírez Miori) es una cantante de tango abandonada por su pareja de la que está enamorada. El hecho, en lugar de hacerla sacar sus penas más profundas en su voz, la paraliza al punto que no puede cantar.
En medio de todo esto, las clases de canto con el maestro Oscar Ferrari (que murió luego de realizarse el filme) ofrecen una mirada íntima a su preparación como cantante.
Tras lo que aparenta ser un intento de suicidio, la película se parte en dos y no sabremos muy bien si una de esas dos partes pertenece al orden de lo onírico. Por un lado ella sigue cantando aquí, tratando de superar sus conflictos, que también incluyen una difícil relación con su padre, un tanguero a la antigua que mucho no respeta su estilo de cantar y su grupo musical. Y, en otro “plano” del filme, ella viaja a Calais, Bélgica, donde conoce a otro hombre (el gran actor francés Bruno Todeschini, igualito a Manu Ginóbili) y empieza a mostrar su talento allí.
Si es o no una buena cantante de tangos, es algo que excede esta crítica, si bien la película tiene muchas (acaso demasiada) escenas de canciones en vivo. Cierta fragilidad y debilidad en la voz parecen apropiadas para representar los miedos e inseguridades del personaje, aunque eso no siempre genere grandes performances vocales.
El problema que Vignatti no consigue del todo resolver es el de cierto “turismo autóctono” que aparece en la película. Sabe de su talento visual y por momentos lo pone en primer plano aún a costa de irse más allá de lo que pide el personaje o la historia. Pero son problemas, si se quiere, menores, en un filme que sale bastante bien parado de un desafío que ha hecho fracasar a muchos realizadores más experimentados.