El dolor, la distancia, el olvido
¿Cómo se canta el tango? ¿Cómo se filman el dolor, la distancia, el olvido? Para La cantante de tango ambas preguntas parecerían ser una, y en ambos casos la respuesta se busca de modo tentativo, dando en ocasiones con la nota justa y desafinando en otras de modo notorio. Esto es tan aplicable a la interpretación (en términos actorales y vocales) de la protagonista, Eugenia Ramírez Miori, como a la labor del realizador, fotógrafo y coguionista Diego Martínez Vignatti, radicado en Bélgica desde fines de los ’90. Ambos se habían asociado ya en La marea, primer film de ficción de Vignatti y parte de la selección internacional del Bafici 2007. Allí el realizador intentaba develar la interioridad de la solitaria, angustiada protagonista mediante un puro, casi mudo ejercicio de observación. En esta ocasión, Vignatti intenta darle a su acercamiento un marco más narrativo, con un resultado considerablemente más irregular.
Más que simplemente cantarlos, desde el momento en que el novio la deja, Helena (Ramírez Miori) parecería ingresar de cuerpo entero en un tango. Atravesando temas y motivos del género, primero sabrá sufrir, luego caerá presa de la melancolía, vivirá, finalmente, el dolor de ya no ser. Hasta que el exilio –esa otra constante tanguera– le permita iniciar un lento e introspectivo proceso de reconstrucción. Proceso en verdad no tan afín al tango, siempre más fascinado por las heridas que por las suturas. Está claro que al film lo anima un afán de modernizar la tradición genérica, en la misma medida en que la reescribe. Una Buenos Aires barrial, arrabalera incluso, rozando en ocasiones lo mítico, coexiste con la ciudad contemporánea. De allí las referencias (reiteradas y literales, por lo tanto banales) a esa Buenos Aires traspuesta que es la Aquilea de Hugo Santiago.
Como en el cine de Santiago, rasgos de modernidad cinematográfica (distanciamiento dramático, registro observacional, largos planos secuencia) coexisten con tonalidades costumbristas: una reunión familiar con vino y asadito, algún coloquialismo, un bailongo, restos de lunfardo. Ramírez Miori parece dar con el fraseo justo sólo de a ratos. Cuenta para ello con la ayuda del veterano Oscar Ferrari, ex cantante de la orquesta de Armando Pontier, que hace de su maestro de tango (y que falleció, a los 84, tras finalizar el rodaje). Como su actriz, Martínez Vignatti pasa de momentos ostentosamente fallidos a otros de alta elocuencia visual. Que esto último sea verificable sobre todo en largos y sensuales planos secuencia no es casual. Director de fotografía en sus inicios, Vignatti cumplió esa función en los primeros films del mexicano Carlos Reygadas, incluyendo los majestuosos movimientos de cámara de Japón.
Del riñón mismo de esa película parece salido un momento imantado: Helena, recién abandonada por su novio, se cruza con un funeral que, como en un sueño, resulta ser el suyo. Claro que la escena previa, cuando el novio le anuncia que la deja, en un bar llamado Invasión, es corroída por uno de varios diálogos imposibles. Tal vez si Vignatti hubiera contado con su propio Oscar Ferrari, La cantante de tango hubiera mantenido un fraseo más parejo y afinado.