El largo y arduo camino
La Caracas (2011), ópera prima de Andrés Cedrón, compila material de archivo, clips de película y entrevistas actuales en un esfuerzo por retratar lo que fue el Gran Premio de la América del Sur celebrado en 1948, una de las mayores competiciones de turismo de carretera jamás celebradas en el continente sudamericano – a lo largo de 10.000 kilómetros de polvo y ripio vírgenes conectando Buenos Aires con Caracas.
La película trabaja numerosos niveles de interpretación y se explaya honestamente en todos ellos. Por un lado funciona como capítulo documental de un ensombrecido acontecimiento en la historia del país. Funciona además como dramatización, mezclando documento y ficción en un esfuerzo bastante logrado por retratar las distintas etapas del recorrido y encontrar en ellas tanto drama como humor.
Juan Manuel Fangio, los hermanos Gálvez y Domingo Marimón encabezan la hueste de 138 pilotos de carreras que se lanzan a la aventura. Manejaban precarios Chevrolets, prontos a descomponerse o volcar en medio del camino, sentados en palanganas sin cinturón de seguridad y delante de tanques de cientos de litros de nafta. Cedrón captura la audacia de estos hombres y se vale de viejas transmisiones radiales y trucos de montaje para revivir el suspenso de quién ganará la carrera.
Por otro lado, La Caracas se trata de una alegoría política. “La utopía no es solo la meta sino también el camino,” dícese sobre un mapa de Sudamérica, mientras una línea blanca traza el sinuoso recorrido que va de Argentina a Venezuela, o en su defecto, del pasado al futuro. Así como la película se presenta, el Gran Premio de la América del Sur uniría al pueblo sudamericano, representado en sus extremidades por Buenos Aires y Caracas, y los pilotos de carrera serían los “embajadores” designados por Juan Domingo Perón para tal hazaña.
Los momentos más débiles de la película se dan en forma de digresiones. Los numerosos entrevistados – viejos competidores, hijos, nietos e historiadores – proveen un rico trasfondo para el documental, aunque de a momentos abordan temas de relleno que en nada aportan al conflicto central de la trama (un extenso apartado, por ejemplo, acerca de la profesión del locutor). Por otra parte, el material no siempre se introduce de forma clara. Muchas secuencias se presentan documentales sólo para aclararse más tarde (y a veces mucho, mucho más tarde) que se tratan de retazos de Fangio, el demonio de las pistas (1950), la biopic dirigida por Román Viñoly Barreto. Algunas incluso parecen repetirse. El resultado es un tanto desorientador.
Sin dudas que la película de Cedrón deriva fuerzas de la claridad de su premisa: el Gran Premio de la América del Sur unió al pueblo sudamericano. Posee una envidiosa seguridad de sí misma. Al público le queda la responsabilidad de reflexionar cuan certera es esta declaración. La Caracas es una buena oportunidad para hacerlo.