Buena evocación de una gesta deportiva
Se la evoca así, con admiración inmediata: La Caracas. Se llamó Gran Premio de América del Sur Buenos Aires-Caracas 1948. ¿Pero qué clase de caminos, qué posibilidad de conseguir repuestos, había en los casi 9.577 kilómetros previstos de llanos, cerros, cornisas, arenales, páramos y montes desde Libertador y Tagle hasta la utópica llegada? 141 autos se anotaron. Al rato empezaron los abandonos. Pero en menos de 14 horas la cabeza del pelotón llegaba a Salta. Y en 19 días, a Caracas.
Carrera impresionante, gloriosa, donde se jugaron Fangio, los hermanos Gálvez, Marimón, héroe coscoíno, Marcilla, el gran deportista Eusebio Marcilla, justicieramente llamado El Caballero del Camino, Ataguille, Bojanich, debutante que llegó quinto, Víctor García, que en Perú corrió 150 kilómetros sin frenos, Merino, Ricardo López, Tadeo Taddia, Mainieri, Angel Pascuali, El Romántico de Vicente López, el Ñato Gullé, el chileno Foillioux, el venezolano Staccioli, hombres que hicieron época en una época de tremendo coraje, cuando encima ni siquiera se pensaba en gps, cinturón de seguridad ni buzo antiflama.
Hubo accidentes feos, muertos, hasta debieron sortear un golpe de Estado y gente atropellada. Era cruzar medio continente en 19 días. Pero en ese torbellino hubo, sobre todo, deportistas, tipos capaces de detenerse a ayudar a un accidentado y acompañarlo en el hospital, o repartirse después el dinero del premio con los amigos menos afortunados. Y también estaba el «banco volante» del Automóvil Club, la ayuda económica del peronismo a todos los corredores sin distinción de origen, el aliento de los demás gobiernos, «El gráfico», «Sintonía» y otros medios que iban en sus propios vehículos, en fin.
Tres copilotos, Eduardo Gesumaría, biógrafo de Marimón, una docena larga de descendientes directos de los pilotos, el hijo y el compañero de trabajo del famoso relator Luis Elías Sojit, viejos conductores del Automóvil Club, el TC histórico y la Agrupación Clásicos e Históricos del TC (cuyo presidente es hijo del corredor Carlos Solveyra), los directores de dos museos automovilísticos, colegas como José Froilán González, un historiador del peronismo y dos colados participan en el relato de esta aventura. Lo dirige Andrés Cedrón, apasionado que también produce, escribe, edita, hace cámara, sonido y montaje junto con Alexis Abarca y amigos, con el debido ritmo y con investigación previa de Victoria Pérez.
Buen documental, que honra nuestro deporte (recuérdese que los diez primeros fueron argentinos, uno en Ford, el resto en Chevrolet, todos con nafta YPF) y a nuestro cine. Sólo cabe lamentar la contraproducente inserción de una parrafada guevarista. La anécdota que ahí se agrega seguramente es cierta. Pero frena la película y la desvía justo en los últimos minutos. La música tampoco suena muy deportiva que digamos.