La historia parte del cese de actividades de una fábrica a causa de la repentina y misteriosa deserción de su dueño que, aun ausente, no abandona del todo el poder. Lo mismo hace con sus dos hijos, Cándido y Valentín, a quienes les ha dejado la misión de hacerse cargo de la conducción del establecimiento y con ella el destino que ha predeterminado para sus vidas.
Bien diferentes entre sí -uno, el mayor, manipulador y sólo atento a su propia conveniencia aun a costa de la frustración de su hermano; el, otro, sensible, más necesitado de independencia, dubitativo y todavía en tren de definir su propio camino-, también son disímiles las reacciones ante la inesperada herencia y más todavía el modo en que asumen la responsabilidad que implica tomar decisiones, teniendo en cuenta que no sólo influirán en la familia sino también en el futuro de los trabajadores, que han expresado de diversas maneras su rechazo al cierre y su voluntad de seguir adelante con la fábrica.
El film quiere asociar los dos conflictos -el familiar, el social-, pero no en términos realistas sino en un plano más abstracto: ni el lugar (una pequeña población rural) ni el tiempo están definidos, y la excelente fotografía en blanco y negro -uno de los principales valores del film, si no el único- refuerza ese deliberado distanciamiento, lo mismo que el tratamiento del diálogo, con su rebuscamiento literario y la deliberada monotonía que adoptan los actores. En el modelo formal, herencia de la nouvelle vague, prevalece lo estético. Imágenes cuidadas, ciertos climas logrados (sobre todo en el tramo en el que Valentín, abrumado, escapa al campo y encuentra allí una contención transitoria), y algún esporádico acierto de la banda sonora deben anotarse entre los logros de esta ópera prima que propone demasiados interrogantes, entrega bastante menos de lo que parecía prometer su ambicioso planteo inicial y pierde interés en la medida en que su objetivo se vuelve más borroso.
El film obtuvo el primer premio en la competencia argentina del último Bafici.