Darwin en tonos grises.
Las películas post apocalípticas habitualmente rescatan la épica de su personaje central, tomemos un ejemplo cercano, el Robert Neville que interpreta Will Smith en Soy Leyenda la novela de Richard Matheson adaptada al cine con elegancia y poderío visual por Francis Lawrence en la cual se pone en juego la ilusión de su personaje de encontrar una cura y poder rescatar al mundo, los casos de héroes familiares como Dennis Quaid en El Día Después de Mañana o Tom Cruise en Guerra de los Mundos y defensores de su grupo de pertenencia como Cillian Murphy en Exterminio nos indican que el cine siempre busco a un protagonista masculino que rescate la epopeya para relatar una historia de lucha contra una situación adversa. Generalmente el personaje triunfa, convirtiéndose en paradigma de la esperanza ante momentos que parecen no tener salida. El australiano John Hillcoat definitivamente rompe ese modelo y en La Carretera nos entrega un panorama totalmente desalentador y desolador como su imponente fotografía gris lo indica (un enorme trabajo visual de Javier Aguirresarobe) donde Hillcoat eliminó la barrera de toda moral en un mundo ya sin salida alguna.
El momento cero de la narración remite al ultimo momento previo al Apocalipsis, un momento colorido, lleno de vida, con la rubia cabellera de Charlize Theron iluminada y Viggo Mortensen acariciando el pelaje de un caballo es la única gota de esperanza que muestra Hillcoat a lo largo del film, el Australiano quiere hacer una película triste y llena de muerte, pero quiere recordarnos que un mundo que el hombre amó existió alguna vez. Tras un plano de una puerta que se cierra a ese mundo, a esa vida, nos sumerge en el más profundo de los terrores, en el miedo a la nada misma.
Aquí los protagonistas son anónimos, la decisión del director de que no existan nombres no es en vano. Padre e Hijo sobrevivientes de la familia deambulan por los restos de una sociedad que ya no existe (vemos en un momento como caminan sobre dinero, ejemplo claro del fin de la sociedad) y solo pretenden ir hacia el sur y no sufrir mas del extremo hambre. Aquí el proteccionismo del padre hacia el hijo no pasa por la épica de los ejemplos de películas anteriormente mencionadas, aquí el sentimiento de defensa pasa por promesas de asesinatos y suicidios para no caer en manos de hordas de caníbales arrasados por el hambre. Es impactante el momento que con total naturalidad el padre le explica al hijo como debe suicidarse. El hambre devasta y rige el comportamiento de los protagonistas, Hillcoat decide filmar una película de una fisicidad extrema, expone los cuerpos de padre e hijo como piel y huesos (increíble el esfuerzo físico de los actores para encarar estos roles) y muestra la degradación corporal en la ausencia de limpieza y de cuidados mínimos.
La falta de alimentación supone una degradación completa de los deseos. Recién luego de encontrar un bunker lleno de comida y tener una buena cena el padre fantasea en su memoria con una escena sexual con su esposa muerta. Es imposible concebir el deseo estando famélico, el director australiano filma la pirámide de Maslow en estado puro.
La road movie avanza, los personajes buscan un mar que no saben si será o no azul, buscan salir del gris perpetuo pero sin esperanzas, sin certezas mas allá de que morirán inexorablemente, a pesar de diálogos entre padre e hijo sobre quienes son los buenos y los malos no hay ambigüedad moral posible: todos matan para sobrevivir al menos un tiempo mas y sobrevive el mas fuerte y el que pudo comer algo.
La visión final de angustia y muerte mantienen el registro de la puesta en escena, no hay momento feliz solo dolor físico, agudo y desencarnado y un sufrimiento perpetuo. A esta cita cinematográfica falta la épica, esta ausente y esa ausencia convierte a esta película en una interesante rareza dentro del género digna de ser mirada y pensada. Quizás el poder observar como el cine vuelve a sus fuentes y también el genero post apocalíptico puede convertirse en un registro casi documental sobre la supervivencia humana.