Réquiem Posmoderno
Oscura, áspera y desesperanzada, esas son las mejores palabras que uno puede utilizar para definir al espíritu de esta obra del director de John Hillcoat, basándose en la reconocida novela de uno de los mejores novelistas norteamericanos contemporáneos: Cormac McCarthy. Pero no son todas sombras, tanto en la película como en el libro se evita la misantropía o el cinismo y sobrevuela un humanismo genuino que se define en sus personajes desde una perspectiva despojada y mínima (no minimalista). Es un relato que plantea preguntas filosóficas, que puede o no tener connotaciones religiosas, que cuestiona lazos y valores y que, finalmente, presenta un escenario donde lo que sea que haya ocurrido devasto de manera terminal al planeta dejando al ser humano como un despojo, luchando por sobrevivir en un escenario post apocalíptico. En ese escenario un hombre y un niño, padre e hijo, deben dirigirse “al sur” para evitar el mortal invierno en el que se sumerge ese espacio devastado. Y eso los lleva a través de la continuidad de la carretera que, infinita e indómita, los conduce a través de diversos obstáculos que son la base del film.
Respecto a diferencias del texto original, hay quizá alguna que levante polémica, pero nunca resultan tan significativas como para quebrar o tergiversar el contenido de la novela de McCarthy. Está la inclusión de flashbacks donde se incluye al personaje de la “mujer” (Charlize Theron), que en algunos casos sirve para contextualizar la narración y en otros se establece como un contraste un tanto artificioso. El problema no parte sólo de la ruptura en cuanto a climas, sino también en que se trata de una ruptura estética demasiado marcada que deja en evidencia un trabajo de fotografía que se maneja con una expresividad casi publicitaria. Esto no vulnera el excelente trabajo que mantiene ese clima sombrío del film que se sostiene durante toda la película, a fuerza de una imagen prácticamente monocromática y uniforme, pero en el contraste se ve un quiebre cargado de manipulación que resulta imposible de no ver como algo artificioso y ajeno a los personajes, como un punto de vista externo y alienante. Entre los méritos se encuentra el respeto por la obra original en cuanto a omisiones: no hay un intento de explicación sino que la acción y el espacio definen el clima del relato para focalizarse en la compleja relación entre el “hombre” (Viggo Mortensen) y el “niño” (Kodi Smit-McPhee).
Está relación, que evoluciona a lo largo de la trama en una dinámica que lleva al “niño” a rebatir los valores patriarcales, fluye con naturalidad a pesar de lo ingenuas que puedan ser algunas líneas. Sin embargo, también hay en esta dinámica un bache notable en el elenco: hay una distancia sustancial en la calidad actoral de Mortensen y Smit-McPhee, y el hecho de que la película se sostenga en los hombros de esta dinámica hace que ese contraste se ponga en más evidencia. Esto es particularmente notable en las secuencias dramáticas, por momentos Smit-McPhee aparece inexpresivo y poco natural para expresar el profundo extrañamiento y la congoja que le afecta. El dúo aparece complementado con eficacia en el mejor momento de la película por un Robert Duvall impresionante que marca las diferencias entre padre e hijo y que, con su corta intervención, pone en evidencia el leitmotif de la película, el maniqueísmo del padre y la pureza del niño, la corrupción generada por el sufrimiento y la inocencia de la piedad, además de plantear preguntas respecto a la naturaleza del ser humano (que, groseramente, podríamos sintetizar en ¿Dónde comienza?, ¿Dónde termina la humanidad?). Es en esta incertidumbre, en esta duda positiva, es que uno encuentra la humanidad del relato de McCarthy y la película de Hillcoat.
Transmitir desolación puede parecer sencillo, pero el film es un tanto irregular al respecto. Por momentos cae en un esteticismo poético que rompe con lo rústico y sucio que aparecen otros espacios de La carretera. El segmento inicial en la carretera hasta el bosque resulta intenso y contundente desde lo visual, con líneas de fuga y estructuras urbanas destrozadas que convencen y generan proximidad con lo que se muestra. No es el caso de los postes de luz delicadamente doblados o los barcos en tierra, metáforas visuales ciertamente bellas pero que no corresponden a la película de Hillcoat o, al menos, al espíritu sucio y agresivo del relato. La música de Nick Cave y Warren Ellis contribuye con una sutileza ambiental que no se impone a la imagen, y que en el desenlace tiene algunas de sus mejores composiciones.
Finales, finales…solo es preciso aclarar que no se modifico respecto al libro pero que desde lo visual, desde lo climático y desde los tiempos es casi apresurado y torpe. Faltan silencios y falta sutileza para construir algunos encuadres y, sobre todo, falta un mayor desarrollo sobre lo que termina sucediendo. Aún así, no resulta disruptivo y mantiene una coherencia loable con el resto del film, haciéndola una película imprescindible a pesar de sus falencias, para ser debatida y vista en un contexto con otros films como 2012, El libro de los secretos, Soy Leyenda o Niños del hombre ¿Se está transformando este cine en un reflejo subjetivo de la realidad o es sólo estrategia de marketing?, ¿Un poco de las dos?, ¿Ninguna? Siempre es sano plantear la duda.
“He watched the boy and he looked out through the trees toward the road. This was not a safe place. They could be seen from the road now it was day. The boy turned in the blankets. Then he opened his eyes. Hi, Papa, he said.
I’m right here.
I know.”
The road, Cormac McCarthy