Una película cruda y perturbadora
La carretera, con Viggo Mortensen, es también un tratado filosófico y ecologista
Uno de los temas predilectos de Hollywood son las historias apocalípticas: Niños del hombre, Exterminio, Guerra de los Mundos, Soy leyenda, Cloverfield: Monstruo, El día que la Tierra se detuvo y 2012 son sólo algunos de los múltiples ejemplos recientes. En esa misma línea, pero con una apuesta estética y narrativa completamente distinta, se inscribe La carretera , transposición de la novela de Cormac McCarthy ganadora del premio Pulitzer 2007.
En las antípodas de Sin lugar para los débiles , adaptación de otro libro de McCarthy que le permitió a los hermanos Coen obtener varios Oscar, La carretera es una película sin la veta irónica de aquel thriller y con una propuesta visual y una estructura formal mucho más arriesgada.
En un futuro cercano y bastante reconocible, el planeta ha sufrido todo tipo de cataclismos que han arrasado con prácticamente cualquier vestigio de vida. Casi sin agua y sin comida (la contaminación ha hecho estragos), en medio de un invierno desolador, los escasos sobrevivientes (y aquellos que no han optado por el suicidio) deambulan en grupos armados sembrando el caos y el terror: ya no hay reglas, límites ni moral.
Un hombre (Viggo Mortensen) y su hijo de 11 años (Kodi Smit-McPhee) viajan a pie con un carrito de supermercado cargado con unas pocas pertenencias, entre ellas un rifle con sólo dos balas. A partir de una narración en off (tan lúgubre como el tono del relato) y de varios flashbacks, iremos conociendo la trágica historia que han tenido que soportar. El amor que todavía se profesan y el deseo de sobrevivir incluso frente a las situaciones más extremas son lo único que los mantiene unidos.
Tras su debut con el interesante western Propuesta de muerte , el talentoso director australiano John Hillcoat se arriesga aquí en todos los terrenos con muchos más logros que traspiés. A partir de una sólida estructura narrativa que pendula en el tiempo, va deconstruyendo la historia de esa relación padre-hijo y el contexto en el que se desarrolla. A nivel estético, el realizador prescinde prácticamente del color para utilizar junto al notable director de fotografía español Javier Aguirresarobe una paleta dominada por los grises y los tonos sepias a-lo-Alexander Sokurov. El diseño visual a la hora de presentar el universo posapocalíptico de esta fábula es extraordinario (siempre funcional al relato), al igual que la climática banda sonora de Nick Cave y Warren Ellis. En el terreno dramático, prefiere concentrarse en la construcción psicológica de los personajes y prescinde de las grandes escenas de acción con los habituales golpes de efecto del cine de Hollywood. Y, en cuanto a la dirección de actores, Hillcoat consigue un conmovedor trabajo de Mortensen y de cada uno de los intérpretes secundarios (Charlize Theron, un irreconocible Robert Duvall, Guy Pearce y Molly Parker, entre otros).
La película -cabe la aclaración- es cruda, por momentos muy perturbadora en su exposición y reflexión sobre la degradación moral (hasta aborda cuestiones extremas como el canibalismo), pero también resulta un tratado filosófico, sociológico y ecologista con un dejo esperanzador sobre los rasgos de humanidad, sobre los sentimientos más profundos e intensos que surgen incluso en las circunstancias más aterradoras, allí cuando parece que todo está perdido.