Al costado del camino
“Es de ciencia ficción”, dice la chica que corta tickets en la cola del cine cuando se le pregunta de qué va La carretera. Y la verdad es que no. O tal vez sí. Lo cierto es que no hay en toda la película, basada en la novela de Cormac McCarthy (Sin lugar para los débiles), una sola referencia temporal más allá de la línea que tira el narrador al inicio: “Los relojes detuvieron su marcha a la 1:17”. Nada más.
La raza humana en vías de inevitable extinción, a partir de un cataclismo tampoco especificado, y la vida animal en casi todas sus formas presente sólo como un vago recuerdo de quienes conservan algún rasgo de humanidad. En ese paisaje gris, atravesándolo como una grieta, un padre y su hijo de once años yendo al sur, siempre al sur.
John Hillcoat emprende con notable precisión y con los recursos visuales estrictamente necesarios un viaje paralelo hacia el interior del mayor depredador del planeta, vuelto por necesidad extrema en cazador de sí mismo. Sin distracciones, centrando casi todo lo que importa alrededor de “El hombre” (Viggo Mortensen) y “El niño” (Kodi Smit-McPhee) la película arremete hasta las últimas consecuencias con su cometido, que no es otro que transmitir cruda, brutalmente, el ansia extrema de supervivencia de sus dos personajes, en un contexto en el que es tan importante para el hijo aprender a suicidarse en caso de caer en manos de los caníbales, como para el padre tener una buena historia que contarle antes de conciliar el sueño.
A fuerza de ver bodrios como 2012, El día después de mañana o Soy leyenda, la mayoría de quienes ven el fin del mundo desde una mullida butaca se acostumbró a pensar que para retratarlo, el séptimo arte precisa incluso de un subgénero específico: el cine catástrofe. En cualquiera de ellas, es esencial saber cuánto más adelante en el tiempo para evaluar algo como la “credibilidad” de la historia. En La carretera, no solamente no hace falta el dato sino que es esa ausencia lo que vuelve más incómodo el relato: no se ve que suceda dentro de demasiado tiempo. Por añadidura, confirma que lo que va a llegar a su fin no es el planeta, sino la vida sobre él. El viejo mundo seguirá girando sin nosotros.
Pero el hombre es un animal extraño. E incluso cuando no quede posibilidad alguna de redención, habrá esperanza mientras quede vida. Y sobre todo, amor. Finalmente, no era “una de ciencia ficción”.