En la casa que habitaron varias generaciones ya no vive nadie. Al menos en apariencia. Porque si uno agudiza el oído y la mirada, escucha y ve. Ve las huellas de aquellos que la habitaron. Es testigo de la persistencia de voces, de cuerpos, de luces y de sombras. Cuando la casa es desmantelada para su demolición las presencias se hacen más notables.