l huérfano, el tío y el caserón encantado.
Probablemente la pregunta que más fuerte retumba en la cabeza de todos a propósito de La casa con un reloj en sus paredes (The House with a Clock in its Walls, 2018) no tenga nada que ver con su reparto, la novela original o la destreza de sus efectos especiales, sino con su director… ¿Eli Roth dirigiendo una película infantil apuntada a la familia? Así las cosas, el director mejor conocido por contar exclusivamente, hasta el momento, con películas clasificadas para mayores de 18 años (Knock Knock, Hostel, Fiebre en la cabaña, etc), se acomoda detrás de cámara para llevar a la pantalla grande una historia basada en la novela de John Bellairs.
Lo que acontece se sitúa en la década del 50 y gira en torno a Lewis Barnavelt (Owen Vaccaro), quien es envíado a vivir con su tío Jonathan (Jack Black) tras perder a sus padres en un accidente y quedar huérfano. El tío es un hechicero algo mediocre que vive en una casa repleta de objetos curiosos, la cual habita desde hace poco tiempo a raíz de la muerte del propietario anterior, un poderoso hechicero llamado Isaac Izard (Kyle Maclachan), quien dejó escondido en las paredes de la casa un reloj cuyo tic-tac constante obsesiona a Jonathan, aunque este ignora que se trata de un complejo dispositivo creado por Izard para abrir un portal que pondría en peligro a nuestro mundo. Lewis tiene la difícil tarea de acostumbrarse rápido a su nuevo hogar, su nuevo tío, su nuevo colegio y sus nuevos compañeros, mientras intenta aprender algo de magia.
Roth encuentra con facilidad el tono que un relato de este tipo necesita, dotando de profundidad a los personajes y creando para ellos un universo que calza de manera casi perfecta como telón de fondo, lleno de detalles y referencias. Todo exhibe un aire a los años 50 muy bien logrado, pero al mismo tiempo deja espacio para pequeñas peculiaridades que refuerzan el espíritu fantástico de la historia y expanden su área de acción.
Cate Blanchett interpreta a la Sra. Zimmerman, vecina y mejor amiga de Jonathan que se vuelve una suerte de figura materna para Lewis. Tanto Black como Blanchett manejan con ductilidad sus roles; sin bien no podemos considerarlos papeles paradigmáticos dentro de sus extensas carreras, la veteranía de ambos les permite transitar este tipo de propuestas casi sin despeinarse. Vaccaro probablemente sea quien menos se luce, su physique du rol se encarga de dar vida a un niño encantadoramente particular, pero en aquellas escenas donde se ve obligado a desplegar un rango más diverso de emociones no termina de convencer; de hecho debe ser el actor infantil que pone las caras más extrañas al momento de llorar en cámara.
Promediando el film, la estructura narrativa parece empantanarse un poco, enamorándose demasiado de las excentricidades de Jonathan y Lewis, de la casa y sus secretos, sin avanzar en el momento oportuno a lo siguiente. Por este motivo, el verdadero conflicto de la película arranca un poco tarde y todo se vuelve una carrera a contrarreloj (que ironía) cuyo apuro no otorga al final del segundo acto y el inicio del tercero el tiempo suficiente para explayarse de la mejor forma.
Si bien la historia cuenta con el atractivo suficiente para captar la atención de los más chicos y el poder de su diseño de arte se adueña de cada fotograma, la falta de múltiples capas de lectura y algún que otro guiño al público más grande dejan como resultado una obra que descansa en la comodidad de cumplir con lo esperado. Justamente Escalofríos (Goosebumps, 2015) otro film con Jack Black a la cabeza, consigue combinar de forma más efectiva todos esos detalles previamente mencionados, elevando un peldaño más arriba una película que podríamos considerar tan pasatista como La casa con un reloj en sus paredes, solo que esta última elige jugar a lo seguro y bajo ninguna circunstancia se atreve a romper paradigmas ni transgredir el canon del género.