Ópera prima documental autobiográfica que indaga sobre la propia identidad atravesada por los silencios de la Historia política argentina.
Valentina, protagonista y directora del film, impulsada por una desilusión amorosa, busca refugio en lo de su abuela Nelly (Ruiz de Llorens), Madre de Plaza de Mayo. Es ahí donde decide capturar con su cámara momentos entre ellas, sin prever, seguramente, nada de lo que terminó siendo. Es que, acertadamente, toda la obra se filmó en un lapso de 17 años y es en esa incertidumbre donde consigue emular a la vida misma que retrata, impulsada, quizás en un principio, por ganarle a la finitud del vínculo como nieta.
De alguna manera, la directora comienza instintivamente a reconstruir y validar parte de una identidad propia que la sentía ausente y, simbólicamente, La casa de Argüello -hogar de sus abueles dinamitado por grupos paramilitares-, consigue idear una metáfora en esa inquietud para poder contener las memorias de un cargante pasado doloroso que sigue presente a través de las generaciones de su familia.
El registro persigue la honestidad, sin caer en el melodrama político que, lamentablemente, todes conocemos, logrando ensamblar así las historias desde sus propios puntos de vista que cambian según sus roles, ya sea como nieta de Nelly, hija de Fátima y madre de Frida pero sin olvidar su individualidad en ello como mujer; y es a través de esos vínculos generacionales que ella reconstruye una narrativa íntima y cautelosa, donde conviven el respeto distante hacia su madre Fátima, junto a la sensibilidad de Nelly y a la paciencia expositiva para con su hija Frida.
Todos estos momentos, como piezas de un rompecabezas, llevarán a Valentina a encontrar su identidad pero no sin antes explorar su equilibrio emocional. Lo interesante de esta resolución interna es que podremos palparla desde su propio punto de vista alojado físicamente en la cámara como objeto del film, a la cual convirtió en una extensión de su esencia.
Su inestabilidad en las primeras entrevistas producidas a Nelly comienza a mutar paulatinamente durante el film hasta culminar en la “foto” final de ellas cuatro en el sofá, con una fuerte presencia de esa ausencia de inestabilidad del comienzo, cobrando así un sentido evolutivo del conflicto presentado, mientras alinea en imagen a estas cuatro generaciones de mujeres en forma horizontal que comparten juntas un mismo espacio temporal. Ese simbolismo en la construcción del lenguaje ayuda a cargar equitativamente el gran dolor de la historia familiar pero, desde ahora, sin el peso del silencio.