La casa de las masacres (The axe murders of Villisca, 2016) es una de esas tantas películas de terror típicas que pululan por internet y que por arte de magia se estrenan en cines para cumplir con la cuota de terror.
A pesar de que su título es muy prometedor, que su afiche evoca al mejor cine slasher (ese de asesino enmascarado que mata adolescentes) y que su duración de 77 minutos es perfecta, el film pierde en casi todos los frentes.
Digo en casi todos porque los actores principales son convincentes en sus personajes unidimensionales; no es que importen mucho, pero por lo menos hacen lo mejor que pueden con su material. También funciona la prolija dirección de fotografía por parte de Jeffrey Waldron, quien aprovecha los espacios exteriores para dar la idea de un pueblo abandonado. Incluso su corta duración es un plus, en una época en que las películas duran, a veces innecesariamente, más de 100 minutos; encontrar una así es algo raro.
Su director, Tony E. Valenzuela, se dio cuenta de que no podía explotar de más lo que tenía en manos y se dedica a filmar literalmente el guion escrito por Owen Egerton.
Y eso es todo, porque la historia que prometía ser interesante queda en sólo una excusa para hacer una de terror que no tiene escenas de miedo, ni de sustos, ni nada. Las apariciones de fantasmas no generan nada, la sangre tampoco. No hay construcción de suspenso, ni clima, todo se ve venir, incluso su predecible y sin sentido final que ya se sabe a los diez minutos de empezada.
La casa de las masacres, cuyo título original es mucho más llamativo, termina siendo una de esas ficciones que se aprovechan de grandes éxitos de otros (más precisamente de Insidious de James Wan) pero que no logra nada. Por si no les quedó claro, es de esas que si la encontraras un domingo de lluvia aburrido, aun así la pasarías de largo.