De eso no se habla.
Aquel espectador que haya visto la película de Benjamín Acuña Infancia clandestina (2011), protagonizada por Natalia Oreiro, encontrará semejanzas con esta opera prima de Valeria Selinger, no por los hechos históricos o el trasfondo político solamente sino por concentrar el punto de vista del relato en los ojos de una niña de ocho años, quien acompaña a su madre (Guadalupe Docampo), activa militante montonera, durante su cotidiana actividad.
Ir de casa en casa con diferentes miembros de la organización, la mayoría jóvenes que organizan acciones guerrilleras y permanecen en la clandestinidad absoluta, es la infancia normal de Laura (Mora Iramaín García). Su escaso -por no decir nulo- contacto con el mundo exterior prevalece tanto en sus juegos de niña como en ese mini climareinante donde las discusiones, debates y tensiones se respiran cada vez que llega alguna noticia del afuera o se escuchan rumores y ruidos en el vecindario.
El registro que mixtura el recurso documental doméstico y la ficción entrecortada y desprolija es completamente auto consciente de las limitaciones estéticas y ese detalle no es menor teniendo en cuenta que lo que predomina para la directora es la subjetividad de la niña, quien a veces debe responder como adulta y no niña a los absurdos planteos de su entorno. Recordar mentiras, vidas de mentira y desconfiar de cualquier pregunta que delate a su madre y compañeros es demasiado para esa inocencia interrumpida a los tiros.
Sin aportar nada nuevo sobre la historia montonera, la dictadura genocida, la apropiación de bebés, los errores políticos de las conducciones de base y la forzada o no toma de rehenes con los propios hijos, esta adaptación de la novela literaria añade un nuevo testimonio de aquellos años de violencia política en Argentina.