Existen muchas películas sobre la dictadura militar argentina, uno de los momentos más oscuros de nuestra historia, que sirven para retratar un período particular del país como también para mantenerlo presente con el objetivo de aprender de los errores del pasado y no repetirlos a futuro.
Basada en el libro «Manéges, petite histoire argentine» de la escritora Laura Alcoba, «La casa de los conejos» se centra en Laura, una chica de ocho años, que debe escapar con su madre de un lugar a otro, luego de que su padre caiga preso, meses antes del golpe de Estado de 1976. Es así como se terminan instalando en la casa de los conejos, donde viven Diana, embarazada de tres meses, y su marido Cacho, un economista. Ese se convertirá en un espacio de encuentro militante y un refugio para los que huyen, al mismo tiempo que será la sede de la nueva imprenta del Evita Montonera. Y también, será el nuevo mundo de Laura.
La particularidad de la ópera prima de Valeria Selinger es que se centra en la perspectiva de una niña que todavía conserva su ingenuidad pero que tiene que aprender a vivir escondida, a mentir, a tener un nombre falso y muy poco contacto con el mundo exterior, sin mucha explicación mediante. Es decir, nos muestra un paso de la infancia a la adultez que sucede forma abrupta y exigida, sin que la protagonista termine de entender del todo lo que ocurre a su alrededor o por qué le gritan cuando se relaciona con gente de afuera o deja entrever algo sospechoso con su vida.
Mora Iramaín García es la encargada de darle vida a Laura, plasmando esa frescura, ingenuidad e ingenio de una nena de ocho años, que tiene una cotidianeidad distinta a la de cualquier chico de su edad. La pequeña actriz está todo el tiempo en pantalla, ya sea protagonizando algún diálogo, jugando en silencio o como testigo de lo que hablan los adultos, pero todo lo que vemos o escuchamos es porque ella está presente. Es por eso que tenemos algunos saltos, tanto temporales como narrativos, que hacen que al principio la historia se vuelva un poco confusa hasta que entendemos el porqué de los cambios de ropa, de locación y de recorridas. De todas maneras, esta fragmentación y desprolijidad está buscada por la directora. Por momentos esto se encuentra logrado y por otros no tanto.
Los aspectos técnicos acompañan de buena manera a la historia, sobre todo la banda sonora que acrecienta los momentos de tensión o nostalgia, según se lo requiera. Como particularidad, podemos señalar que el encargado de la música fue Daniel Teruggi, hermano de Diana, una de las protagonistas ficticias del film, y que fue una de las víctimas de la dictadura militar. Eso le otorga una conexión especial y un valor agregado.
En síntesis, «La casa de los conejos» no es una película que nos va a aportar algo más a lo que ya conocemos sobre la dictadura militar argentina, pero sí nos ofrece una mirada particular de los hechos, desde la perspectiva de una niña que mezcla la cruda realidad con su ingenuidad. Con un gran trabajo de su protagonista, acompañada de adultos que realizan una buena tarea como Guadalupe Docampo, Paula Brasca, Darío Grandinetti o Miguel Ángel Solá, y aspectos técnicos atinados, tenemos delante nuestro un film emotivo y con compromiso social.