El debut como realizador de Hugo Curletto (también oficiando labores en guión) nos presenta a Alejo, el protagonista de la historia, quien atraviesa un singular trastorno neurológico que le posibilita soñar de manera progresiva. Él tiene 36 años, es arquitecto y por motivos de un accidente laboral y con intención de alejarse de la ciudad junto a su pareja, llevará a cabo un viaje hacia la montaña. Allí encontrará una parcela de pinos -regalo de su padre- ubicada en la localidad de Alpa Corral (Córdoba), que en la ficción conocemos como Corral de la Tierra.
La sinopsis anteriormente relatada, si bien nos ubica en contexto, reduciría la propuesta primaria del director: que la historia implante la duda sobre lo real como un factor lúdico, a manera de invitar al espectador a un viaje a través de la mente de una persona que se dirime entre el sueño y la vigilia, producto de la alteración que sufre. De esta manera, replicando la vida de su protagonista en lo onírico, “La Casa del Eco” es una lectura abierta que se desarrolla paralelamente en dos planos.
Observaremos en un extremo la vida rutinaria y familiar de Alejo, y en el otro la guía personal que lo llevara hacia el ámbito rural y distante donde encontrará el obsequio de su padre. La cuidada ambientación que la historia ofrece nos provee otro bienvenido condimento, proponiendo una mixtura que atraviesa lo urbano y lo campestre, para recurrir a paralelismos entre el vértigo de la ciudad y lo crudo de la naturaleza.
La narración se maneja bajo dos dimensiones, la vigilia y la correlatividad de los sueños. Bajo ese verosímil “La Casa del Eco” recurre a los dobleces, en dónde los límites entre sueño y realidad, a ojo del espectador, parecieran no ser tan simples de descifrar. Sin embargo, la obra provee de ciertas pistas, como herramientas facilitadoras, percibido en el uso de continuas metáforas, las cuales proponen un juego simbólico. Allí dónde el sentido está implícito y la referencia a lo mitológico del “eco” enriquece posibles interpretaciones, contraponiendo la perspectiva adulta con la mirada inocente de la niñez.
Alejo está atravesando una crisis personal profunda, sorteando un período inestable de anhelos y frustraciones, y bajo esa tesitura el director nos habla de los vínculos y transita la forma en la que buscamos llenar esas carencias amorosas, cuando esa construcción filial puede aparentar fragilidad y atravesar dudas. De tal forma, los personajes interpretados por Gerardo Ottero y Guadalupe Docampo llevan adelante temáticas como el conflicto existente que los enfrenta (referente al deseo opuesto sobre concebir un hijo), que también, sobre su devenir, aborda distintas observaciones acerca de la incomunicación y la soledad en la vida de la pareja.
Si la inquietud que sufre el protagonista cuestiona su esencia y como afrontar el amor inmerso en una continua sensación de extrañeza, la película también se propone narrar un viaje físico, que termina siendo un viaje interior, añadiendo otra fina capa de doblez a su trama: se trata también del autodescubrimiento, acerca de la misión de alguien en la vida. De la misma forma que un arquitecto domina el espacio físico para construir una estructura sólida, Alejo deberá manipular sus recuerdos, sensaciones y sentimientos para armar el rompecabezas de su enigma familiar y personal. Por lo tanto, el derrumbe de una pared también refiere a la estabilidad psicológica, a su cimiento existencial. Si bien el film deja varias incógnitas abiertas, ya interpretará el espectador cuáles de esas resonancias resultan reales o imaginarias.
“La Casa del Eco” se constituye como una aceptable indagación psicológica acerca de cómo se relaciona este ser en conflicto con su entorno, nutrido de disparadores acerca de ese resguardo interior que comienza a temblar. Como enésimo recurso metafórico, ese resquebrajamiento que sufre el protagonista deja a la vista grietas y en esas grietas se perciben tensiones, angustias, interrogantes; que quedarán dispuestos sobre la trama y el espectador deberá saber codificar. ¿Acaso el eco que nos devuelve la voz no nos está haciendo cargo de nuestra propia huella, de nuestra singular identidad?