Casa vieja, puertas nuevas
¿Cine de género Latinoamericano, existe eso? Este y muchísimos otros prejuicios convertidos en malos clichés pesan sobre la cabeza de la gente que comprende las producciones de nuestra región –especialmente aquellas encuadradas dentro del Terror y la Fantasía- como obras de inferior calidad a las que ofrece, por ejemplo, la industria Hollywoodense. Afortunadamente los hechos superan al prejuicio.
Tal es el caso de La casa del fin de los tiempos (2013) opera prima del venezolano Alejandro Hidalgo, que convirtió a esta película en la más taquillera de la historia del cine en su país, lo que también le valió un interesante recorrido por los festivales de género más importantes del mundo.
Todo comienza en el año 1981, con Dulce (Ruddy Rodríguez) tirada en el piso junto a pedazos de un espejo roto y la cara cortada, con su marido muerto a su lado y su hijo desaparecido. La madre es acusada de doble asesinato y condenada a 30 años de prisión. En ese momento saltamos al año 2011, una anciana Dulce recibe el permiso de arresto domiciliario en su antigua casa. Claro que al volver al lugar, los antiguos fantasmas –tanto literales como simbólicos- comenzarán a resurgir y la madre intentará reconstruir las piezas de aquella noche fatídica.
Desde lo narrativo el film de Hidalgo hace un muy buen trabajo, enlazando el pasado con el presente y dosificando al extremo los pedazos de información que entrega al espectador conforme avanza la trama. Rodriguez, una ex chica bond de la época de Licencia Para Matar (License To Kill, 1988), carga todo el peso dramático y sorprende como una madre que pierde todo y queda sin ningún motivo para vivir, hasta el momento…
Si bien es presentada como una película de Terror, promediando el film nos damos cuenta que tenemos ante nosotros un film con ribetes fantásticos, uno que cerca del tercer acto comienza a mostrarnos cuestiones en un tono similar al de la española Los Cronocrímenes (2007) de Nacho Vigalondo, que juega con la posibilidad de múltiples planos de realidad.
Estéticamente es posible que la producción sufra un poco a causa del bajo presupuesto, especialmente en su fotografía e iluminación. Pero a medida que la trama comienza a mostrar el verdadero rostro de la historia, dejamos atrás la pesadez de un primer acto algo falto de ritmo para meternos en un relato que sorprende por su valentía respecto de buscar algo que pocas veces encontramos en la cinematografía de la región.