Buscar la verdad (y una mirada propia)
El cine latinoamericano sigue buscando su propio camino dentro del género de terror y hay varios realizadores conscientes de que una alternativa no es buscar la originalidad absoluta sino nutrirse de elementos de creaciones previas para ir construyendo algo propio. Uno de ellos es el venezolano Alejandro Hidalgo, quien con La casa del fin de los tiempos fusiona tópicos y formas ya conocidos para entregar un film que se evidencia como un punto de partida para algo que debe seguir completándose a futuro.
Desde un principio, se nota que La casa del fin de los tiempos tiene limitaciones de presupuesto y logística, pero busca compensarlas en base a sus ambiciones, sabiendo a la vez cuáles son sus límites. A partir de ahí, va hilvanando la historia de Dulce, una mujer que en 1981 es protagonista de una tragedia y enviada a prisión, acusada erróneamente de haber matado a su marido y sus hijos. Treinta años después, regresa para cumplir arresto domiciliario a la misma casa donde ocurrieron los hechos, tratando de desentrañar el misterio sobre lo que sucedió, aunque en el medio deberá enfrentarse a una serie de terroríficas apariciones.
Hidalgo, ya desde la secuencia inicial -que arranca in media res, en el medio de la acción, obligando al espectador a acomodarse a la sucesión de hechos-, aprovecha el espacio claustrofóbico y cerrado de la casa donde transcurren la mayoría de los eventos, mediante planos cerrados y un seguimiento casi obsesivo de los movimientos de los personajes, para ir trazando un film por momentos agobiante en sus climas, donde el fuera de campo pasa a ser un personaje más. Aunque claro, lo que importa más que nada es el camino emprendido de Dulce, el de una madre y esposa que busca la verdad sobre lo que le pasó a su familia, sobre ese lugar que debía ser un hogar, pero que terminó siendo una trampa.
De ahí que poco a poco La casa del fin de los tiempos vaya progresando hasta derivar en un drama personal y familiar, donde también intervienen conceptos puestos en duda y debate, y a la vez complementándose, como la fe religiosa, la mirada racional de la ciencia, lo maternal y lo espiritual. En eso se nota que Hidalgo ha mirado el cine de referentes actuales como Guillermo del Toro y Alejandro Amenábar en cómo piensa y analiza lo fantasmal, pero que también sigue los preceptos de realizadores emblemáticos como Alfred Hitchcock, William Friedkin y Stanley Kubrick en lo que se refiere a la creación progresiva de climas, la narración pausada y hasta la contemplación de lo femenino. Pero el objetivo no deja de ser el crear un relato que pueda desarrollarse por sí mismo, que no sea un mero conjunto de citas y guiños.
Y aunque La casa del fin de los tiempos entre en unos cuantos pozos narrativos -particularmente cuando deriva su trama hacia otros espacios por fuera de la residencia del título-, no llegue a desarrollar sus diversos temas con la misma fluidez y padezca de una banda sonora que remarca en exceso determinados hechos, se nota detrás a un realizador preocupado por crear personajes atractivos y por interpelar a un espectador que privilegie lo climático y atmosférico. Todavía Hidalgo tiene un largo camino por recorrer rumbo a lo que podría ser una gran película, pero este inicio lo muestra con una potencialidad más que interesante.