Hace algunos años, no muchos, se estreno en nuestro país una producción uruguaya titulada “La casa muda”, que tenia la particularidad, y desde ahí fue promocionada, de estar filmada en un plano secuencia, tal como lo hizo en 1948 el gran Alfred Hitchcock, también hay otro ejemplo más contemporáneos como “El Arca Rusa” (2002) de Alexander Sokurov, ambas son dos maravillas. La segunda por el despliegue estético y como resultado darle un plus a un documental que de otra forma no tendría; la primera gana desde el suspenso que le otorgo al texto el maestro inglés.
Esta realización, como en la uruguaya, se podría decir que el plano secuencia sólo ofrece un despliegue de talento en el manejo de la cámara “pour la galerie”. Pero no le agrega nada, sino que termina mareando, y cansando al espectador, porque la falla principal se encuentra en el guión y, por sobre todas las cosas, en la ausencia absoluta de verosimilitud.
Un trío conformado por una joven, el padre y el tío llegan a una casa de campo para refaccionarla y venderla. La misma se encuentra tapiada, ventanas cerradas y no hay conexión de luz habilitada. Entonces deciden hacer los trabajo a la luz de linternas y faroles ¿?
Todo lo que pasa después no se la creen ni los actores. Desapariciones, muertes, apariciones, fantasmas, muertos vivos, y toda una galería de elementos inherentes al género, pero de mala concepción y peor ensamble.
Todo el filme segrega incoherencias narrativas, de construcción de personajes, del manejo de los espacios, de manipulación del espectador a través de mentiras, no de engaño, para finalizar con el fácil recurso de la explicación discursiva, incrementada por una enfermedad mental, producto de un pasado que se actualiza, toda una pavada, que hace que termine por ser un catalogo de lugares comunes.