Hay que decirlo con todas las letras: La casa Gucci es una película magnífica, en la que el cine vive en cada fotograma, en cada personaje, en cada línea pronunciada por sus actores y actrices, quienes hacen un trabajo para enmarcarlo en la memoria del cine hecho con pasión, con fuerza, con arrolladora capacidad narrativa.
El octogenario Ridley Scott (tiene 83 años) es el responsable de que la película fluya con una naturalidad pasmosa, en la que se destacan desde los protagonistas principales (Lady Gaga y Adam Driver) hasta los secundarios (Al Pacino, Jeremy Irons y Jared Leto), pasando por la fotografía (a cargo de Dariusz Wolski), la música (con una adecuada selección de canciones), la ambientación de época (que va de 1978 a 1997) y los detalles del vestuario.
Tenía que ser alguien de la vieja escuela quien viniera a recordarnos que el cine no solo es superhéroes o productos pasatistas. Aquí hay una tradición cinematográfica presente y un director con una maestría absoluta para manejar el desarrollo de la trama. Scott sabe que el cine es contar una buena historia con personajes atractivos, y que las películas tienen que tener humor, drama y enredos amorosos. Y sabe cómo introducir con delicadeza la manera de pensar la moda en distintas décadas.
Los elementos de los géneros que aborda funcionan como engranajes de una pieza mayor y los actores aportan sus características distintivas. Al Pacino despliega sus tics característicos en la piel de Aldo Gucci; lo mismo con el irreconocible Jared Leto como Paolo Gucci, el más histriónico y exagerado.
Inspirada en la historia de la famosa familia dueña de la casa de moda Gucci, a partir del libro de Sara Gay Forden, el filme está contado como una biopic cómico-dramática con estructura de película de mafia, con bujería de telenovela, amor interesado, venganzas y traiciones incluidas, y en donde cada escena está filmada con efectividad pragmática.
La casa Gucci es una película sobre las traiciones, sobre la ambición, sobre las ganas de ascender en la escala social a toda costa. Maurizio Gucci, interpretado de manera brillante por Adam Driver, es el personaje más complejo. No sabemos por qué pasa de ser alguien desinteresado a asumir el mando para malgastar el dinero de la empresa. Pero es justamente esto lo que lo humaniza y, a su vez, lo que lo transforma en un personaje funcional a la trama de traiciones y de negocios familiares turbios.
En cuanto a la trepadora de origen humilde interpretada por Lady Gaga, Patrizia Reggiani, esposa de Maurizio, hay que decir que es un personaje que la consolida como una actriz de pura cepa, capaz de transmitir sensaciones encontradas. Es el personaje más desarrollado y el que se permite ciertas licencias que se agradecen, como su complicado acento italiano y sus insinuaciones anatómicas.
El personaje de Al Pacino es entrañable, un fraudulento y simpático empresario que exuda humanismo. Jeremy Irons como Rodolfo Gucci, padre de Maurizio, es un ejemplo de refinamiento y valores aristocráticos, a pesar de lo duro que es con los demás.
Ver La casa Gucci es una experiencia gratificante porque es una película deleitable, entretenida, humorística, con actuaciones descomunales y diálogos inteligentes, y narrada con ritmo y sustancia. No se puede pedir más en el contexto del cine que se hace hoy en día.