“Gucci no pertenece a un shopping mall, sino a un museo”. La frase vuela en una discusión familiar y resume algunas de las tensiones que se agitaron en el corazón de una de las más prestigiosas casas de la industria del lujo. Prestigiosa empresa familiar, al menos hasta los ochenta, cuando empezaron los escándalos que llevaron a la cárcel a Aldo Gucci (Al Pacino, en el film que estrena hoy). El hombre responsable de la expansión internacional de la marca de artículos de cuero fundada por su su padre, Guccio Gucci.
También sirve la frase para ilustrar las diferencias de origen entre Maurizio Gucci (Adam Driver) y Patrizia Reggiani (Lady Gaga). Él, un joven heredero más bien tímido. Un tipo fino, culto, y bastante frío. Abogado, sin mucho interés por la empresa que ha hecho a su familia rica. Ella, una chica ‘de barrio’, sin demasiada instrucción, pero con decisión y aspiraciones. De las destinadas a contentarse con accesorios truchos de la marca, porque jamás podría pagar uno original. Pero también de las decididas a torcer ese destino: capaz de escribir su teléfono en la Vespa de Maurizio, al que persigue, con el labial que luego maquilla su boca.
Entre el true crime y el culebrón glamoroso, House of Gucci, un proyecto largamente planeado y dirigido por Ridley Scott, traslada a imágenes el inicio, ascenso y caída de esa historia de amor que acompaña a los de la maison italiana. Una historia que acaparó los titulares de los diarios y noticieros, consumida con el morbo que provocan las catástrofes de ricos y famosos. Una fascinación que se mantiene, tantos años después, gracias al enorme atractivo de ese universo de lujo. Los entretelones de una gran casa de moda: House of Gucci debe ser la película más hypeada del año.
Claro, el otro factor es Lady Gaga, en un nuevo papel importante en cine luego del impacto de A Star is Born. Sobre su preparación para este personaje real (además, Reggiani vive y ha cumplido una larga temporada en la cárcel) se ha comentado mucho. El entrenamiento en el acento italiano, la forma de caminar y moverse con ese vestuario y joyería recargados, el estudio serio que realizó sobre el gusto y la onda de Patrizia.
Hay algo en su excéntrica interpretación a tono con la apuesta general: operística, recargada y al borde de lo caricaturesco. Basta ver al Paolo Gucci de Jared Leto (el hijo “idiota” de Aldo que aspira a convertirse en diseñador), al afectado Rodolfo (el padre de Maurizio, a cargo de Jeremy Irons), o a la bruja mediática de Salma Hayek, para entenderlo enseguida.
Ver a Lady Gaga en pantalla es todo un espectáculo. Una performance que sostiene las excesivas 2.37 horas de duración de la película, incluso en sus tramos menos entretenidos.
Es que hay un nervio en su primera parte, cuando Maurizio y Patrizia se conocen y su historia avanza, que se va perdiendo con el correr de los minutos. Cuando empiezan a sucederse una serie de escenas insustanciales o alargadas de más que, sin resoluciones visuales destacables, llevan a desear el final que conocemos de antemano.
A House of Gucci le falta una idea potente o pequeñas ideas que transmitan algo de la inspiración de que es capaz el director de Blade Runner, de Alien o este mismo año El último duelo.
A un true crime sobre el clan Gucci, dirigido por Ridley Scott, no debería pasarle eso. Si bien se conjugan varios elementos de peso para que House of Gucci nos haga pasar un buen rato. La gracia de los intérpretes, incluso aquellos a cargo de personajes inverosímiles; un soundtrack plagado de temas conocidos de los ochenta y noventa (de Blondie a Eurythmics a Bowie a Tracy Chapman); y cierta chispa final, con la aparición de, por fin, algo de la moda, de la mano de Tom Ford. El texano que sacó a Gucci de la crisis para convertirla en una de las brands más exitosas del planeta. Sin ningún Gucci en su directorio.