Terror del otro lado del río
La película de Gustavo Hernández marca una bienvenida incursión de la creciente cinematografía uruguaya en el género del terror. La casa muda (2010) tiene un interesante trabajo espacio-temporal ya transitado por otros films (Rec; 2007, The blair witch Project; 1999). Pero también tiene mucho cálculo y un punto de giro que roza lo inverosímil.
Una joven y su padre aceptan una “changa”: pasar un par de días en una casa en medio del campo y poner todo en orden, limpiar, quitar las malezas del terreno. La propiedad será puesta en venta y debe estar un tanto más presentable. Cuando se predisponen a dormir, de repente se escucha un ruido en el primer piso. Hasta ese momento, nada hacía suponer que difícilmente no verían la luz del día siguiente.
El planteo argumental es conocido y a la vez atractivo. Pero a ese argumento lo rodean una serie de máximas efectistas. A saber: “filmada en una sola toma”, “realizada con la cámara de un celular”, “inspirada en un caso real”. Son estas tres sentencias las que pretenden capturar el público de La casa muda. Cada una de ellas tiene su “lado B”, por decirlo de algún modo.
La película –al menos en el corte con el que se estrena en Buenos Aires- no está hecha en una toma. Luego de los créditos esto queda claro. Luego, dirán, es por lo menos dudoso que así sea durante los primeros ochenta minutos (hay momentos de casi absoluta oscuridad, en donde tranquilamente puede haber un corte). Pero no nos pongamos tan estrictos. En cuanto a la segunda proposición, nada hace sospechar que el film no esté hecho con la cámara de un celular. ¿Osadía tecnológica? El relato se solventa en la movilidad de la cámara, en el desplazamiento permanente, rasgo que con una cámara profesional y liviana se pudo haber conseguido. Desde luego, la “proeza técnica” habrá demandado su buen trabajo de pos-producción. Por último, la historia está inspirada en un caso real ocurrido hace decenios en las afueras de Montevideo. La película retoma aquel hallazgo de dos cuerpos sin vida y conjetura el móvil del crimen y la resolución de su misterio, pero tampoco establece un lazo directo con datos verídicos. Todo esto nos pone bien de frente ante un film hecho a puro nervio publicitario, con la singularidad de que se trata del exponente de una cinematografía emergente.
El mayor atractivo de La casa muda reside en el tiempo real desde donde la historia está contada. Y las herramientas más interesantes no son las “novedosas virtudes” que auto-proclama, sino el trabajo minucioso sobre la banda sonora y el fuera de campo, y –sobre todo- los recursos actorales puestos en función de una trama que hacia el final da un giro imprevisto y no del todo cerrado. En sus momentos más logrados, el film pega sus buenos sustos con mínimos elementos, transitando el horror más físico y sorpresivo. Poco a poco se aproxima hacia la noción de lo siniestro, canónicamente entendido como aquello del orden de lo familiar que no debe salir a la luz. Tal vez, el final no hubiera generado esa sensación de inverosimilitud si el guión hubiera dejado algunas zonas en penumbras.