Terror de interiores
Filme de horror uruguayo, hecho con una cámara fotográfica.
El efecto de La casa muda sobre el espectador dependerá, en parte, del interés que éste tenga por el modo de producción y las particularidades de la película. En primer lugar, se trata de un filme de terror uruguayo: una rareza. Además, hecho íntegramente con una cámara fotográfica y un presupuesto ínfimo, con pocos actores. Supuestamente, en un solo plano secuencia. Un ejercicio, un método o una necesidad que provocan curiosidad y le dan un valor suplementario al filme, aunque no suplen ciertos desniveles.
La película, según la promoción, se basa en un caso real ocurrido en los ‘40. Tras verla, con su carga de subjetividades y su resolución psicologista , queda en claro que, en todo caso, es la libre interpretación de un hecho real. La trama, básicamente, se centra en una joven humilde que va con su padre a reacondicionar una casa de campo que el dueño está por vender. Ahí, en medio de una noche asfixiante, claustrofóbica, empezará una suerte de terror, en más de un sentido, de interiores.
Se sabe, Hitchcock incluso habló del tema, que una casa de más de una planta puede representar distintos niveles de la conciencia. ¿También bipolaridad, desdoblamiento? Desde lo formal, la película -que trabaja el tiempo real, el fuera de campo, la “desprolijidad” documental- tiene algo en común con El proyecto Blair Witch y toda la corriente que le siguió. En otros puntos, que conviene no revelar, tiene influencias de la francesa Alta tensión , de Alexandre Aja.
Pero el director de La casa...
, Gustavo Hernández, prescinde de los impactos gore y del vértigo desmedido: todo un mérito, sobre todo en tiempos de chata pornotortura. El realizador uruguayo se toma su tiempo -y se distancia del mero cine de género- apoyado, entre otros elementos, en la buena actuación de la protagonista (Florencia Colucci) y en una notable fotografía (de Pedro Luque). La homogénea oscuridad del lugar sólo cede a los halos de linternas y hendijas, los temblores de faroles o los relampagueos de flashes. La atmósfera es opresiva.
Una música tenue y elementos infantiles van dando pistas de un final que resignifica -y acaso hace sentir forzado- al resto del filme, que atrae, aun con reparos.