¿Truco o treta?
Sería conveniente reflexionar sobre dos conceptos que parecen sinónimos pero que no lo son y mucho menos en materia de cine. Una cosa es sorprender al espectador y otra muy distinta manipularlo con el único fin que el director llegue a buen puerto y se haya salido con la suya. De estas dos ideas, además, se desprenden otras muy ligadas como la verdad y la verosimilitud. Una historia verosímil en el cine es aquella que reúne todos los elementos necesarios para volverse creíble dentro de la lógica interna del relato, que no necesariamente se debe ajustar a los parámetros de la realidad.
El mayor y garrafal defecto de toda película de terror o de género es precisamente perder la verosimilitud a causa de torpezas narrativas o atajos de guión para resolver situaciones. Por eso resulta casi incomprensible -y triste a la vez- que un film con una premisa interesante y una propuesta estética audaz cometa tantos despropósitos desde el punto de vista de la narración y se vuelva prácticamente enunciativo en detrimento de la atención que pudo haber despertado en un principio en el espectador. Eso es lo que ocurre con esta propuesta rioplatense La casa muda, ópera prima de Gustavo Hernández protagonizada por la actriz uruguaya Florencia Collucci: un film impecable en todos los rubros técnicos, con una estética y atmósfera lúgubre muy logradas pero que se derrumba y arruina en la segunda mitad, gratuita y estrepitosamente al punto de que todo lo anteriormente dicho se opaca y tiñe de ridículo.
Los recursos narrativos y cinematográficos empleados por Hernández con absoluta eficacia y buen manejo de los tiempos le hubiesen permitido construir una historia con coherencia interna dentro de la puesta en escena planteada, sin apelar a ningún tipo de arbitrariedad y mucho menos a la trampa lisa y llana para despistar al espectador. Advertimos desde aquí que luego de los créditos finales la película continúa y es muy importante quedarse en la butaca hasta que se prendan las luces en el cine.
Valiéndose de mínimos detonantes dramáticos como el fuera de campo sonoro y el punto de vista de la protagonista Laura (Collucci), quien queda atrapada en lo que supuestamente sería una casa abandonada a la que llega junto a su padre Wilson para dejar en condiciones y así poder venderla en un futuro, alcanzaba de sobra para mantener la atención del público y lograr bajo una ambigüedad bien justificada una muy buena película de terror de temática convencional.
Asimismo, el ejercicio virtuoso de haber planificado todo el film en un único plano secuencia –donde la cámara en seguimiento constante oculta más de lo que revela- grabado en una Canon EOS 5D Mark II (cámara fotográfica digital que permite grabar), cuyas propiedades en lo que a imagen respecta son insuperables, le suma un atractivo extra al relato que puede compararse -salvando las distancias- con la española Rec o la norteamericana El proyecto Blair Witch (aquí también hay un bosque de fondo).
El desempeño de Florencia Collucci es aceptable en términos dramáticos y convincente a la hora de transmitir angustia así como en su destreza corporal para desplazarse en un espacio reducido, atestado de objetos y espejos donde nunca se refleja la cámara que la sigue, con muy poca luz teniendo en cuenta que no hay corte de toma aparente. Sin embargo, sin anticipar nada sobre la trama, puede decirse que su personaje no es creíble y mucho menos aun su transformación psicológica que no se produce ni gradualmente ni por un shock emocional, sino por puro capricho del director.
Si bien es cierto que en el conjunto de la propuesta suman más los aciertos que los desaciertos, el producto en sí debe medirse con la vara de lo que queda plasmado tanto en la pantalla como fuera de ella. Y desde ese punto de vista resulta imposible desviar el foco de atención en el ingenuo e infantil error de creer que todo es lo mismo y que en cine todo vale.