Rebeca Hall protagoniza un inquietante thriller sobrenatural
Presentada antes de la pandemia durante el Festival de Cine de Sundance y comprada por Searchlight Pictures para su distribución, La casa oscura, la nueva película de David Bruckner, es una aceptable propuesta que, aunque no asusta como promete, ofrece un relato atrapante en el que se destaca la gran labor de su protagonista.
La primera conclusión tras ver La casa oscura se relaciona con una tendencia que las películas del nuevo terror padecen -o en la que incurren voluntariamente- desde hace un tiempo considerable: priorizar el drama por sobre el terror. En relación a ello, cabe distinguir que la nueva película protagonizada por Rebeca Hall respondería con mayor precisión a un thriller con elementos sobrenaturales que, por momentos, intenta asustar. Obviamente, la subjetividad del público será determinante a la hora de procesar los elementos que caracterizan al género (los jumpscares y los climas terroríficos no faltan), pero ante todo, no puede ignorarse que La casa oscura apunta hacia otro lado, cuestión que puede llegar a desconocerse si las únicas referencias provienen de la campaña publicitaria de la película.
Los planos fijos iniciales del film, además de presentar la asfixiante casa en la que transcurrirá gran parte del metraje, también se detienen en pequeños indicios (como pañuelos usados, retratos y antidepresivos) que retratan el traumático presente de Beth (una soberbia Hall), quien acaba de sufrir el suicidio de su esposo, Owen (Evan Jonigkeit). En medio de la negación y la ira que implica el trágico duelo, Beth comenzará a sentir una extraña presencia que, además de las redundantes manifestaciones con las que éstas suelen contar, también sumará la particularidad de su estricta relación con el espacio en el que acontece la obra.
Para no adelantar en demasía, este último punto posee numerosas similitudes -primordialmente formales- con El hombre invisible (Leigh Whannell, 2020), donde gran parte de la tensión también era construida sobre el juego entre lo físico y lo incorpóreo. Claro que habría miles de referencias anteriores y más significativas para citar en relación a ello, pero las coincidencias de puesta en escena en relación al film protagonizado por Elizabeth Moss son más que notorias.
Por otro lado, el director David Bruckner, al igual que en la obra de Whannell, o inclusive en su primer largometraje (El ritual, 2017), concentra en su(s) protagonista(s) un gran componente traumático que resulta esencial a la hora de desarrollar el conflicto. No obstante, en su ópera prima esta cuestión no dejaba en segundo plano la construcción de perturbadores climas o secuencias desesperantes, mientras que el eje de La casa oscura se sostiene especialmente en el tormento psicológico que atraviesa Beth y, complementariamente, en el terror que pueda surgir gracias a la entidad protagonista.
A pesar de estas cuestiones, más ligadas a la idea de entender ante qué tipo de propuesta estamos y no así a su calidad, La casa oscura resulta una película más que atendible y que continúa la gran notoriedad del género en los cines durante este año. En ese sentido, uno de los principales méritos que ostenta es el de apartarse audazmente de resoluciones que podrían haber resultado tan catastróficas como ridículas. Tras algunas situaciones redundantes y que no aportan demasiado, cuando todo parece dirigirse hacia el refrito burdo de obras recientes o, incluso peor, a una reversión con elementos sobrenaturales de La chica del tren (Tate Taylor, 2017), aún sin brillar la película logra salir airosa y que el resultado final no derive en un completo desastre.
Hay suficientes momentos de tensión como para que el relato no decaiga, una magnífica interpretación de Rebeca Hall y una buena construcción del misterio. Todo es a fuego lento, una máxima a la que el género parece estar sujeta de manera decidida en el último tiempo. Probablemente, quienes sigan desconcertados con Maligno encuentren aquí una propuesta que responda más a sus intereses, mientras que los que todavía continúen fascinados con la película de James Wan corran el riesgo de sentirse un tanto invadidos tanto por la forma como por el contenido de la obra. Desde ya, está mal generalizar aunque no así advertir.