Tras el sorpresivo suicido de su esposo, Beth (Rebecca Hall) regresa a la casa junto al lago que él diseñó para ambos y donde su presencia parece permanecer en cada rincón. Literalmente.
Mientras se adapta a su nueva realidad e intenta darle sentido a la muerte de Owen (Evan Jonigkeit), Beth no solo siente la natural presencia del ausente en la casa que compartieron por tantos años, también comienza a sufrir extrañas pesadillas en las que su marido parece estar esforzándose por comunicarse con ella para guiarla hacia las respuestas que tanto necesita.
Con escepticismo y en un principio convencida de que es solo su propio dolor el que le habla, las pistas que recibe en sueños por las noches van encontrando correlación durante el día, revelando poco a poco indicios claros de que Owen llevaba una doble vida de la que ella no era consciente.
La casa Oscura al otro lado del lago
Desde un principio, La casa Oscura se cuida de revelar poca información y concentrarse en ir construyendo una atmósfera que va cambiando a medida que avanza la trama, dependiendo casi exclusivamente en los esfuerzos de su protagonista para transmitir su dolor interior sin caer en sobreactuaciones. Como no es evidente desde un principio cuánto de lo que sucede es real ni cuáles son las intenciones de esta presencia que convive con Beth, le permite dar varias miradas a una misma situación y reinterpretarlas a medida que aparece información nueva.
Es una decisión que le suma bastante a esta producción que apuesta más por la construcción de climas sutiles que por la espectacularidad, porque si en algún momento La casa Oscura se vuelve un poco más interesante es cuando se concentra en el misterio y el thriller sin descuidar el componente dramático. Pero más tarde arruina todo eso en cuanto se acuerda que prometió ser una historia de terror, recurriendo a jumpscares y sobresaltos burdos que destruyen todo ese clima que venía construyendo, apenas consiguiendo un golpe de efecto momentáneo que en general no vale la pena.
Si la intención era incomodar o asustar, lo logra con mucha mayor eficiencia cuando insinúa que en esos varios momentos en que parece que alguien se recostó por accidente en la perilla de volumen y la disparó al máximo en un momento aleatorio.
Es una contradicción curiosa y que desequilibra a la película, porque tanto el guion como la dirección, en general, parecen estar queriendo hablar de otras cosas un poco más complejas y con mayores sutilezas que esos recursos efectistas propias de propuestas de terror mucho más genéricas, algo que La casa Oscura intenta evitar ser la mayor parte del tiempo.