Una fiesta olvidable
No hay estereotipo que se salve ni situación de comedia estudiantil norteamericana que no se haya visto, contextualizada en la típica fiesta que puede ser la del baile o la graduación, depende el grupo del que se trata. Fiesta que invita a los excesos del alcohol y a romper reglas, e incluso partes del mobiliario como lugar común de un ritual adolescente de todos los tiempos.
Pero la rebeldía a la chilena se circunscribe solamente en desobedecer los mandatos paternos y tocar rock and roll. Aparentemente es así como sucede en esta básica y aburrida comedia La casa por la ventana, coproducción Argentino-Chilena dirigida por Esteban Rojas y Juan Olivares (también actúan, o es una manera de decir) que acumula situaciones supuestamente graciosas del mismo modo en que van apareciendo diversos personajes que llegan a la casa del anfitrión Julio Saéz (Walter Cornás, un argentino que hace de chileno), el estereotipo del introvertido.
Recién recibido de arquitecto, los deseos del muchacho son tocar la guitarra como Jimi Hendrix pero debe soportar la presión de un padre chapado a la antigua (Alberto Castillo) que organiza una reunión de fin de año con la intención de que su muchacho se rodee de gente importante. Sin embargo, las necesidades de Julio son otras y aspira a vivir una fiesta menos snob, como las que se pueden ver en American Pay.
Desde el primer minuto, el film acusa un amateurismo alarmante que le juega en contra así como la elección del casting, donde no puede dejar de notarse que se trata de un grupo de amigotes que jugaron a hacer una película para divertirse entre ellos, olvidándose que del otro lado hay un espectador.