Disney en su estado más puro
La película respeta y reproduce a rajatabla la estructura clásica del cuento: madrastra y hermanastras malvadas, ratoncitos adorables, el hada madrina, el baile con el príncipe y la zapatilla de cristal. Y con la sufriente, bella y bondadosa Cenicienta de protagonista, por supuesto.
Quedó demostrado que el plan pergeñado por Disney para revisitar su catálogo da para todo. Mientras “Maléfica” se montó a la iconografía que Angelina Jolie es capaz de exudar para darle una vuelta de tuerca a “La bella durmiente”, “Cenicienta” no se permite el más mínimo atisbo de cambio. De punta a punta la película se ajusta a la estructura del cuento, cuya autoría se pierde en el tiempo y el folclore, por más que Charles Perrault haya escrito su versión a fines del siglo XVII. Todos sabemos lo que va a pasar a cada minuto y eso le quita encanto a la historia. Pero a fin de cuentas, ¿no es lo que fuimos a ver?
Disney dejó el proyecto en manos de Kenneth Branagh y el inglés bebió de su formación clásica para filmarlo. La perfección visual de “Cenicienta” lleva la marca de la factoría Disney en los escenarios, vestuarios y colores elegidos. Una dirección de arte digna de Cedric Gibbons en el cuidado por los detalles y la imaginería visual. “Cenicienta” da la sensación de pertenecer a otro tiempo cinematográfico. Es lo que Disney y Branagh pretendían.
La inocencia que transmite la película, desde lo elemental de los parlamentos a lo estereotipado de los personajes, la direcciona en particular a los niños. Son los que más pueden disfrutarla. Cate Blanchett pudo haber interpretado a una madastra infinitamente más perversa y retorcida, por ejemplo, pero no saca los pies del plato. Tampoco Helena Bonham-Carter, un hada madrina tan naif como la de cualquier libro de cuentos.
Lily James es bonita y expresiva, no mucho más, Su Cenicienta se atiene a todas las convenciones, al igual que el príncipe que juega Richard Madden. De rey hace el gran Derek Jacobi, y la madre de Cenicienta es Hayley Atwell, quien en la TV cambia los vestidos de encaje por una pistola y se mete en la piel de la Agente Carter. Las fronteras entre Disney y Marvel nunca están del todo claras.