Un clásico en sus zapatos
Las adaptaciones de cuentos clásicos a la pantalla grande últimamente han dividido las aguas tanto en el terreno de la crítica como en el público en general, básicamente por anteponer a la diatriba fidelidad o renovación total un listón cargado de gustos personales, nostalgia y muy poco cine. Es verdad que los ejemplos de versiones transgresoras de algunos cánones fundantes como Blancanieves y el Cazador (2012) o Maléfica (2014), representan los dos modelos en pugna. La primera supo aggiornar de manera eficiente a los tiempos de la acción un cuento de rivalidad entre dos mujeres por el reino de la belleza, cuando todo el resto es secundario y la segunda desoscureció a una villana lisa y pura por un hada despechada y resentida.
Cuento de hadas si o cuento de hadas no, parece ser el debate aún no zanjado cada vez que se supone una nueva adaptación infantil -o no tanto- de este tipo de mitos, como el que nos compete: Cenicienta.
Lo primero que hay que decir es que el director Kenneth Branagh parece mucho más animado en respetar a rajatabla la mística de la historia con su “happy ending” a toda orquesta más que a exponer una lectura personal sobre los hitos más reconocibles del relato, léase el confinamiento de la pobre Ella (Lily James), apodada por su madrastra Cenicienta; la chance mágica de convertirse en princesa en el lapso de unas pocas horas y finalmente el enamoramiento con el príncipe (Richard Madden), con el que todas las mujeres sueñan.
Ese esquema narrativo y clásico permanece más que intacto en esta versión y, en manos del realizador, se magnifica desde la puesta en escena con poco abuso de recursos digitales, más no así visuales, apelando por ejemplo a un vestuario de colores pasteles como el clásico dibujo animado, aunque es justo recalcar con una presencia mayúscula de la madrastra en la piel de Cate Blanchett, quien sabe dotar a su personaje del tono caricaturesco que muchos espectadores celebrarán y otros repudiarán.
Entonces la pregunta más difícil de responder es si Cenicienta es o no una película a la altura de sus zapatos, cuando la respuesta queda en evidencia por no haber caído en la tentación de sumar a una historia dramática de por sí pero de tinte rosa y púrpura el manto de negrura y cinismo ya practicado en otros exponentes como por ejemplo Hansel y Gretel, cazadores de brujas (2013), donde el drama de esos pequeños quedaba reducido a la mínima potencia y tapado por la pirotecnia visual que si bien entretiene en algunos momentos, en otros nos obliga a replantear con qué necesidad se llevan a cabo este tipo de proyectos que desde sus orígenes cuentan con mucho mas consenso que críticas a su mensaje o estructura narrativa.
Cenicienta bajo el mando de Kenneth Branagh es un digno producto, prolijo, conciso y que reconcilia con la ingenuidad de la fantasía, con la necesidad de volver a creer en calabazas convertidas en carrozas o que a la menos besada del pueblo le termine tocando nada menos que el príncipe azul, que nunca destiñe.