Postales de una cultura ancestral en extinción
En “La ceremonia”, Darío Arcella muestra el rito de pasaje de los niños yshiros, en el Paraguay profundo.
"La ceremonia" (Argentina-Paraguay-Canadá, 2014). Dir.: D. Arcella. Documental.
¿Qué sabemos de Eshnuwerta, o Ashnuwerta, la madre de los pájaros de la lluvia benigna, la señora de la tormenta de azul oscuro, que vinculó a cada tribu con un animal según el grupo de dioses ahnapsoros que esa misma tribu hubiera matado en antiquísimos tiempos? ¿Y de Nemur, el de la famosa maldición, señor de los bosques, encargado de vigilar el cumplimiento de los ritos y aplicar los castigos, que hizo nacer el gran río soplando un caracol?
¿Y qué son el konsaho, la harra? ¿Qué son, todavía, los yshiros, llamados chamacocos por otros pueblos? ¿Cuántos son, cuántos quedan? ¿Qué es ese dialecto que hablan, que parece japonés, ajeno a la dulce lengua guaraní, y cuántos lo hablan en su absoluta pureza? Reivindicador de las culturas indígenas, Darío Arcella visitó muchas veces a lo largo de siete años la comunidad de Karcha Balut, allá en lo alto del Alto Paraguay, bordeando el Mato Grosso, en lo profundo de América del Sur. Lo que ahora nos muestra son los aspectos iniciales de una vieja ceremonia que aún se mantiene en esos lares: el momento en que los niños de la aldea son enviados al monte para que vuelvan convertidos en hombres.
Así era: los chicos se quedaban como tres meses solos, y podían volver recién cuando conseguían cazar algún animal digno de compartir con los demás pobladores. Esta última exigencia parece algo en desuso últimamente, debido a la creciente falta de animales. Hoy la madurez también significa otra cosa: irse a la ciudad, trabajar de albañil, de vendedor de yuyos, o encargado de seguridad para mantener la familia, aunque uno se muera de nostalgia. Estudiar, para defender a la tribu en esa otra selva que son las leyes y las oficinas. El documental muestra también esto, así como un largo viaje en barco, pero se centra en lo otro que se va perdiendo: la alegría de los disfraces y los chicos con los viejos, los recuerdos de otras infancias, el tiznarse la cara, la carne repartida para todos, los cánticos arcaicos a lo largo de toda la noche bajo las estrellas, los amaneceres de un rojo intenso, la vida en común, la expectativa de las madres, entre asustadas y orgullosas.
Los mayores hacen algunas declaraciones. No explican nada, y la película tampoco lo hace. Las explicaciones sólo las reciben los chicos en el tobich, el lugar sagrado del monte, ahora que han sido iniciados. Mientras, a lo lejos, se alcanza a ver un remolcador empujando una carga enorme de contenedores.