Aunque su título pueda despistar un poco, La chancha es, antes que nada, una película sobre cómo lidiar con las heridas del pasado. Ese animal voluminoso aparece efectivamente en la historia como el símbolo encarnado de un trauma psicológico cuyo origen se irá develando de a poco. Su actitud amenazante y sus inquietantes gruñidos auguran más de una vez que algo pesado está por aflorar en medio de unas vacaciones familiares en las sierras cordobesas que de repente tomarán un rumbo inesperado.
La virtud más notable de este tercer largometraje de inspiración biográfica de Franco Verdoia (también fotógrafo, dramaturgo y director teatral) es su astucia para crear el clima que incomoda a su torturado protagonista con recursos que usualmente observamos en el cine de terror.
Un relato que en principio luce costumbrista se va transformando gradualmente en un cuento oscuro donde los fantasmas de otra época acechan y empiezan a determinar seriamente al presente. Todo el sugestivo tramo que insinúa el desenlace funciona con fluidez. Y el Puma Goity es una pieza clave dentro de ese esquema: como contrapunto virtuoso de la intensa interpretación de Esteban Meloni, su actuación es precisa, aplomada, con la dosis justa de ambigüedad que necesita un personaje que no quiere por nada del mundo mirar hacia atrás pero ahora, obligado por las circunstancias, igual deberá hacerlo.