Vacaciones con fantasmas
La primera película en solitario del realizador Franco Verdoia (La vida después), La chancha (2020) plantea el doloroso viaje de un hombre (Esteban Meloni) que sorpresivamente se encuentra con su pasado en un momento de su vida en donde no hay espacio para callarse o para seguir ocultándole a todos sus heridas y traumáticos recuerdos.
En el cine y teatro de Verdoia conviven figuras populares y actores de oficio, o más “serios”, en un intento de transformar esos cuerpos que en la cotidianeidad de la cultura jamás se hubiese pensado que podrían hacerlo en conjunto y que en la pantalla miden, al igual que en su mente creadora, sin enfrentarse, sus fuerzas interpretativas en pos del relato propuesto y su fortalecimiento.
En La chancha, este punto mencionado anteriormente, sirve para potenciar una narración de tintes autobiográficos en la que, a partir de un guion propio, se trasciende lo particular de un hecho vivido por el realizador en su infancia para hablar de cuestiones universales que lamentablemente, y a pesar de la visibilización desde la agenda de medios desde hace algunos años, continúan acechando a los seres más vulnerables del mundo, los niños.
En la ficción, Pablo (Meloni), se encuentra de vacaciones en Argentina con su mujer e hijo (Raquel Karro y Rodrigo Silveira), llegan a un hospedaje del norte de Córdoba en donde desde la evocación y recuerdos de su infancia, el protagonista intenta transmitirle a los suyos momentos de descanso que otrora tuvo allí. Hay algo de la imposición del espacio por parte de Pablo para con los otros que en esa presentación y subrayado se cimenta la base de una historia donde el lugar y sus particularidades (sierras, aerosilla, pileta, animales) determinarán la acción de los personajes justificando ciertas acciones del pasado.
La inesperada llegada de una pareja (Gabriel Goity y Gladys Florimonte) transformará los ideales de descanso que Pablo tenía, atormentando su mente con recuerdos que creía olvidados pero que vuelven con una fuerza inusitada impulsándolo a tomar la decisión de liberarse del pasado de una vez por todas, pero sin saber cómo hacerlo.
El guion, hábilmente, presenta la idea de que algo atormenta al protagonista, pero no lo dice, no lo evidencia, no lo muestra, lo sugiere, va sembrando en el espectador, con algunos flashbacks, con la desesperación de Pablo por volver a ver a esa pareja, que entren en contacto con su hijo, la sospecha acerca que el pasado determina el presente del personaje, pero sin ir a lo obvio o predecible y mucho menos la exageración y discurso moralista.
La tensión in crescendo, las atmósferas enrarecidas, los encuentros que siempre terminan en una explosión del protagonista, consolidan una película dirigida con pericia, necesaria para tomar conciencia de una vez por todas de la vulnerabilidad de los sujetos, de las heridas que no se pueden superar y del dolor de aquellos que aun rearmando sus vidas se desmoronan ante la inevitable y sorpresiva vuelta del pasado.
Esteban Meloni encarna a Pablo con precisión y solidez, configurando una de las interpretaciones más logradas de su carrera, se desnuda en cuerpo y alma frente a la cámara, al igual que Goity, corrido del lugar común y de la imagen que la popularidad ha construido de él, lo mismo pasa con Florimonte, en un papel completamente diferente al que nos tiene acostumbrados, sin máscaras ni artificios.
Desgarradora, adulta, valiente, hay una construcción necesaria sobre la masculinidad y sexualidad que madura a lo largo del metraje de La chancha, promoviendo que deba ser vista por todos para comprender cómo la vida de un hombre comienza a desestabilizarse a partir del regreso de fantasmas de su niñez con monstruos que creía sepultados en el pasado para siempre que debe destruir para liberarse y volver a ser quien es.