Director de Los miserables y El discurso del rey, el australiano Tom Hooper se rodea una vez más de los actores indicados para dar cuenta de una historia real, de enorme peso cultural, pero de un modo que sólo beneficia a los grandes estudios, a la Academia de Hollywood, y a Eddie Redmayne, que podría ganar su segunda estatuilla. Son los años veinte en Copenhague y el pintor paisajista Einar Wegener (Redmayne) junto a su esposa Gerde (Alicia Vikander), aspirante retratista, disfrutan de un moderado éxito junto a la crema de la burguesía de la ciudad. Durante un juego erótico entre ambos, Einar se prueba alguna indumentaria femenina y descubre un placer distinto, que irá progresando, de la mano de su indagación, a lo largo de los siguientes minutos. Como cabe suponer, Einar irá desapareciendo y Lili ocupará su lugar en la pantalla. Inicialmente, Gerde presenta en sociedad a Lili como la prima de Einar, pero a medida que la transformación avanza, su complicidad, y peor aún su rol de esposa, se vuelve insostenible. Pocos años después, las memorias del pintor se publicarían como el libro que dio sustento a esta película, laxamente inspirada en los hechos. Esa misma flojera mueve a la duda de si este retrato de Wegener, cuya vida tiene una incuestionable carga simbólica, podrá ser un auténtico referente para la comunidad transexual. Si bien las escenas en donde Lili va descubriendo su identidad se rodaron con innegable intensidad, hay mucho de caricatura en la composición de Redmayne; su exageración, sus compulsivos parpadeos y su mirada de asombro permanente son fácil causa de irritación. Claramente, Hooper apunta a la compasión del espectador mucho más que a escarbar en los conflictos de Wegener, los internos y los que atañen a su pareja. En este sentido, Vikander hace un trabajo mucho más sólido y comprometido, sin el cual la película se desplomaría en su propio artificio.