The Danish Girl grita "quiero un Oscar o varios" en su primer tramo, y eso nunca es bueno. Parecía que el director Tom Hooper había aprendido un poco de sus excesos luego de la dramática pero enorme Les Misérables, pero la vuelta de los vicios a veces es fuerte. Y mucho.
Desde el pistoletazo de largada, la muy interesante historia real de Lili Elbe, pionera en la operación de cambio de sexo, es un melodrama sin sutilezas. A partir del guión de Lucinda Coxon, basada en la novela de David Ebershoff, los momentos premonitorios del despertar de Einar Wegener en su alter ego Lili tienen de sutil lo que un elefante tiene adentro de una cristalería. Hay diálogos forzados realmente vergonzosos, que no ocurren por casualidad, sino que se van repitiendo una y otra vez y lastiman la credibilidad de la historia. En una época en donde la charla del transgénero está en su punto álgido, que se le de un tratamiento mediocre desde un guión sin vida es un insulto muy fuerte. Es una fortuna que el barco de la historia se enderece con el correr del metraje, y la historia deje de lado esas pinceladas pobres de guionista recién salida de la escuela para darle más espacio a la pareja protagónica, que realmente es para destacar.
Eddie Redmayne es un animal de actor y, un año después de erigirse vencedor en la contienda a Mejor Actor luego de su interpretación de Stephen Hawking, en esta ocasión borda un personaje histórico con el mismo ahínco pero desde otra perspectiva. Los rasgos faciales andróginos del actor lo ayudan a jugar tanto el papel de Einar como el de Lili, pero es en los manierismos, las miradas, y esa alegría casi incontenible de poder mostrarse tal cual es, en una sociedad para nada preparada para su cambio, en donde Redmayne florece. Por su parte, la naciente carrera de Alicia Vikander sigue creciendo a pasos agigantados, y en esta oportunidad le toca el juego de ping pong interpretativo de Eddie, interpretando a Gerda, la esposa y compañera de Einar, completamente conflictuada por los sucesos que despierta luego de que un inocente juego de disfraces descubre un costado aparentemente dormido y latente en su marido, esperando salir a la luz en cualquier momento. Es Redmayne quien se devora la película, pero sin la tenaz ayuda de Vikander, su interpretación estaría flotando en el aire.
Incluso cuando vira hacia los cenagosos pantanos del melodrama, el arte de Tom Hooper queda intacto. Es un director que peca de subrayar de más cosas que podrían ser mucho más satisfactorias sin sobreexplicarlas, pero no hay duda que tiene ojo para filmar. Ciertas escenas son bellísimas y muy íntimas en la manera de captar el viaje de Einar hacia Lili. Hay una producción muy detallada que no por nada está nominada en los próximos Oscars, y las siempre agradables melodías de Alexandre Desplat ayudan a animar un viaje de transición un poco doloroso, pero esperanzador.
Es una pena que después de corregir el rumbo del rocoso comienzo, el acto final se sienta apresurado, y en el epílogo se vuelvan a las andanzas poco sutiles, detonando un bello momento con una frase muy superficial. El trabajo de Redmayne y Vikander es absolutamente fascinante y no por ello se pierden dentro de una bola de drama, apuntado directamente a premios y más premios. Es una costumbre usual, pero ciertos detalles hacen que la propuesta valga la pena.